lunes, 31 de mayo de 2010

Inmigrantes

Inclino mi cuerpo hacia el picaporte, no veo la ranura, tanteo hasta que la llave entra y la puerta se abre. Trabajo en este hotel desde hace un año; me contrataron aunque no tengo visa y no hablo inglés. Pagan puntual cada semana y no me hacen daño. Ordeno las habitaciones, tiendo camas, limpio baños y me ducho aquí porque donde vivo tengo que pagar por hacerlo. Hoy es jueves, todavía no empiezan los sobresaltos del fin de semana, por eso no entiendo qué hace una mujer sin ropa, sangrando por la nariz, tendida en la cama.

Creo que debo cerrar la puerta y avisar al jefe de consejería, pero ella me mira como pidiendo ayuda. No sé qué hacer: retrocedo un paso, pero me viene el pálpito de que se va a morir si la dejo allí. Le pregunto cómo la puedo ayudar, pero no creo que entienda rumano. Llorando, se levanta y busca un lápiz que tiene la insignia del hotel. En la pared dibuja una mujer envuelta en una burka. Se da cuenta de que no entiendo y dibuja dos hombres quitándole el vestido.

La sangre le corre por los senos, ella se mira y se asusta. Yo también y salgo corriendo para bajar las escaleras. Entiendo que debo apresurarme al pasar el piso cuatro y rompo el vidrio de la alarma contra incendios, la sirena se dispara.

Llego a planta baja, encuentro al conserje de espaldas a la luz que viene de la calle, mira en su computadora las fotografías que toma mediante cámaras escondidas en las habitaciones. Mientras le cuento, un bulto, un ave, un cubrecama, atraviesa la ventana y choca contra el suelo. Imagino la sangre derramada en la acera.
Dafne Gil

domingo, 30 de mayo de 2010

Las Travesuras de Gordis y Flakis

Gordis y Flakis estaban muy aburridas en su casa, no hallaban qué hacer, iban del estudio a la nevera y de la nevera a la computadora, estaban en el cuarto viendo televisión y comiendo; el piso de la habitación lo tenían lleno de envoltorios de caramelos, de servillletas sucias, de vasos de cartón que tiempo antes contenían gaseosa. Se pusieron a pasar canales en la TV y hubo uno que les llamó la atención y era nada menos que el canal gastronómico.

Las dos emocionadas de instalaron al frente del televisor con la intensión de ver las recetas que en esa oportunidad ofreciera el conductor del programa. Esta vez no presentaron ninguna receta sino consejos de alimentación. Como por arte de magia se pusieron a prestar atención y anotar las recomendaciones del moderador.

GORDIS: Ay FLAKIS, nosotros si somos raras, mi nombre es GORDIS y soy más flaca que tú, y el tuyo FLAKIS y eres más gorda que yo, jajajajaja.
FLAKIS: Vamos al mercado para ver de cerca la comida de la que estaba hablando el tipo del programa.

Las dos salen muy curiosas al mercado, no sabían cómo era porque nunca habían ido; todo lo hacía las señoras que trabajaban en sus casas.

Al llegar al sitio, después de haber preguntado como veinte veces por al camino, se encontraron con un gran edificio, era viejo pero tenía mucha vida, allí cientos o más bien miles de personas se encontraban todos los días para buscar la comida que llevarían a su casa. Era el viejo mercado.

GORDIS: Vamos a conocer los alimentos que vimos en el programa y los anotamos para saber más de ellos.
FLAKIS: Oki doqui. Ay mira, aquí están los vegetales ¡Guácatela! Señor, señor ¿qué es eso?
VENDEDOR: Eso es vainita.
AMBAS: Jajajajajajaja, vainita, deberían llamarla bromita.
GORDIS: ¿y esto?
VENDEDOR: Esta es la zanahoria. Buena para la vista.
FLAKIS: Lo que comen los conejos. ¿y esto qué es?
VENDEDOR: Espinaca, tiene mucho hierro.
AMBAS: Entonces debe ser muy pesada, Jajajajajajaja
VENDEDOR: ¿En qué planeta viven ustedes que no conocen lo que se comen?
GORDIS: Por eso es que estamos aquí, para conocer los alimentos. Gracias señor, ahora vamos a ver otras cosas.

Siguen adentrándose en el mercado y se detienen en la Carnicería.
FLAKIS: Componte niña componte, que allá viene el carnicero, con ese bonito traje que parece un marinero. Jajajajajajaja.
GORDIS: No sé que marinero será ese, seguro debe ser el cocinero del barco. Jajajajajajaja.

Y empiezan las preguntas:
— GORDIS: Señor, ¿Cuál es el nombre de ese pedazo de carne?
CARNICERO: Eso es un muchacho redondo.

Ambas sorprendidas por el nombre de ese corte gritaron:
AMBAS: ¿MUCHACHO? Pero eso no se parace a un muchacho.
CARNICERO: Y este que llaman falda tampoco se parece a una falda; vean este por acá ¿Les parece un lagarto? Porque ese es su nombre y de paso lo llaman lagarto reina. Espérense un momento mientras atiendo a este cliente.
FLAKIS: Gordis, ¿eso que estoy viendo es lo mismo que creo ver? ¿Y eso? ¿y eso?
CARNICERO: Sí, eso es un corazón, que aunque parezca mentira no es buena carne, lo otro que señalas son patas de pollo, son ricas en gelatina y excelentes para subir las plaquetas, y lo que vemos por allá es una pata de cochino, es deliciosa con unos granos que llaman garbanzos.
GORDIS: Muchas gracias señor, tenemos que ir a la pescadería rápido, porque se nos está haciendo tarde.

El olor las llevó a la pescadería.

GORDIS: Llegamos, acá están los pescados. ¿Cuál será la diferencia entre pez y pescado?
EL PESCADERO: La diferencia es que el pescado es el pez que fue atrapado.
FLAKIS: Entonces es un pez pescado, Jajajajajajajaja
GORDIS: Señor ¿Qué pescado es ese que tiene cara de regañón?
PESCADERO: Ése es el Mero y lo que está viendo es un pulpo y esos que se parecen al pulpo pero son más pequeños son los calamares. Y por allá están las sardinas que son muy alimenticias, tienen mucho fósforo.
AMBAS: Muchas gracias señor, ahora ya sabemos con qué nos alimentamos. Y espero que no se queme con las sardinas, por lo del fósforo, Jajajajajajaja.

Después de una semana comentaron:
GORDIS: Parece mentira, que desde que fuimos al mercado estoy comiendo con más ganas y me siento mejor, sólo por conocer los alimentos.
FLAKIS: Si, ahora hasta me provoca cocinar con mi mamá y de paso, como que tú no has ganado unos kilitos y yo he perdido otros más. Ya no seremos Gordis y FlaKis, ahora seremos sólo nosotras dos.
Remo Tortello

lunes, 24 de mayo de 2010

Visión Fugaz

Solo éramos un par de chicuelos de 8 y 9 años, jugando y peleando por el mejor puesto en la parte trasera del auto, mi madre sentada en el puesto de acompañante, entretenida con las cuentas por pagar y mi padre que conducía sorteando los profundos huecos de una carretera vieja, sola y desdichada, mientras regresábamos de un corto viaje.
Cuando de pronto escuchamos un chirrido ensordecedor, seguido de un batuqueo, que nos hizo movernos hacia adelante muy bruscamente, mi hermano y yo desde el asiento trasero creíamos que nuestro padre se estaba durmiendo y por eso el frenazo, la acción causó una franca sonrisa en nuestros inofensivos rostros , la que inmediatamente fue borrada por mi madre quien nos exigió con voz resquebrajada y angustiada que metiéramos inmediatamente nuestras cabezas al fondo, y que por nada del mundo nos asomáramos, desde luego que obedecimos aunque sin entender nada pero mientras lo hacíamos cruzamos miradas pícaras bajando lentamente a ver si nos daba tiempo de ver algo, pero solo alcanzo para divisar un bululú de carros, gente y luces
Sentimos que el auto se detuvo, y que voces agudas externas exigían auxilio, pedían que les llevaran a un hospital, gritaba una voz fuerte q había un mal herido, a lo que mi padre se excusó diciendo que traía dos pequeños atrás y que no podría ayudar.

Varias personas se asomaron en las ventanas traseras para constatar que lo recién escuchado era cierto, vi a un hombre bigotudo con ojos desorbitados mirarme intensamente, expresión que me asustó tanto que abracé a mi hermano, el cual se zafó con un desdén muy común de esa edad.

Escuchamos por parte de mi padre pronunciar un “suerte amigo”, seguido de un “Gracias” al cual le precedió un “siga adelante”, fue entonces cuando David y yo nos subimos poco a poco hasta el respaldar del asiento trasero del auto y observamos fijamente el desalentador panorama, algunas personas que detenían a los carentes autos que por allí circulaban, un carro blanco con un hueco en el capo y el vidrio resquebrajado, algo que parecía una bicicleta patas arriba a la que aún le corría la rueda trasera y por último y algo alejado de ese escenario, enmarcado en un rojo profundo que corría como un caminito hacía el nivel más bajo de la vía, el cuerpo todavía con signos de vida, asumo que de un hombre, al que aún le temblaban sus piernas, vestidas con un pantalón blanco leche que impresionantemente desde el vidrio trasero del carro no se veía manchado. Allí me quede pegada en esa visión hasta que vi que las piernas se dejaron de mover y quedaron inertes, la imagen se fue disipando mientras el auto seguía alejándose.
Miriam Barroeta