miércoles, 10 de marzo de 2010

El Encuentro en el Ascensor


Al fin, después de una larga espera, la vi. Lucía distante. En mis fantasías más caras había imaginado quedarme atrapado en el ascensor junto a ella; y ahora, como si fuese un ensueño, se dirigía a la cabina con su andar felino y un aire de misterio que atrapaba la mirada de los hombres y despertaba la desazón en las mujeres. Al pasar a mi lado, altiva, me miró apenas. No supe si lo imaginé o había ocurrido: un destello había surgido de aquellos ojos, fríos como el acero, para clavarse en mi tranquilidad. La inquietud me quedó gravitando mientras abordaba el elevador.

“Debe andar en los treinta” pensé un poco antes, mientras ella se acercaba enfundada en un traje negro de corte impecable que delineaba una figura de hechizo. Las piernas largas y torneadas, rematadas en unas caderas firmes, forcejeaban a cada paso con la estrecha falda. La había visto, solo una vez, cuando se hospedó, una semana antes, en el Hotel Rey Jorge. “Carajo,... que bella es esta mujer”, me dije en esa ocasión, en tanto una sonrisa furtiva y una fragancia a mujer hermosa se prendaron a mi memoria. Por esa razón había regresado a la misma hora con la secreta esperanza de encontrarla. Mi aprensión era no poder verla de nuevo y al mismo tiempo, mi ansiedad era no saber que hacer o decirle, en caso de encontrarla otra vez. Así me sentía cuando la vi esa noche; como un adolescente, confundido y ansioso, sin hilvanar las ideas.

El elevador había iniciado el ascenso y tal como lo imaginé, mil veces, estábamos a solas en la cabina. De repente, sin saber como, me sentí atrapado en mis pensamientos más recónditos. Había estado recorriendo el delicado perfil de la desconocida, mientras ella hojeaba un informe. Como hipnotizado, me había paseado por cada detalle del fino rostro, para terminar clavando mis ojos, afilados por el deseo, sobre sus labios húmedos; fue cuando ocurrió: levantó el plano de su mirada para tropezar con la mía. Me observaba fija, con gesto curioso, en tanto emanaba de su presencia un halo de feminidad subyugante. Con los párpados entornados, evocaba a una fiera al acecho. De pronto..., sin previo aviso,… el ascensor se detuvo. El tiempo también pareció detenerse.

Una interrogante se delineó en las cejas de la hermosa mujer. Nos mantuvimos expectantes; afuera se escuchaban gritos de ayuda y les respondí hasta que nos ubicaron. Guardé silencio, no atinaba a decir palabra y ella, divertida, dibujaba en sus labios una sonrisa burlona. De improviso, con la frialdad de un médico forense, tomó un lapicero de su bolso y escribió algo en un pedazo de papel que arrancó del informe y con un gesto de premura me lo entregó. “En cualquier parte, esto es un abordaje”, me dije. El desconcierto me doblegó. Esa hermosa mujer, desconocida, se me estaba insinuando, pensé, en tanto todos los músculos se me tensaban. Una perla de sudor rodó por mi frente. Un silencio embarazoso nos acompañó mientras tomaba el papel y nuestras miradas se cruzaban con la destreza de esgrimistas avezados. Podía sentir el acecho como si fuera un presagio. El personal de servicio ya abría las puertas del ascensor y el pedazo de papel era una expectativa que copaba mis pensamientos. Repuesto de la sorpresa, no pude contener una tenue sonrisa que comenzaba a aflorar en mi rostro mientras leía la nota. Hice una pausa, respiré hondo y leí de nuevo: “Hola. Me llamo Clara. Soy sordomuda”. Quise decir algo. Fue inútil. Ella se alejaba con su andar de pantera.
Luis Bonilla

sábado, 6 de marzo de 2010

Piano


Y está ahí, silencioso, distante. No habla para llamar la atención, existe.

La humildad no se le da. Su imponencia, lo estruendoso de sus partes, lo esbelto de su ser captura los ojos de cualquiera y las manos de seleccionados.

Y cuando habla, es bajo la más sensual persuasión, a través de las yemas del más osado. Lo hace con estricta elegancia, articula con propiedad, exigiendo que se muevan entrañas.

Aparenta clasismo, sugiere intelectualidad, espanta a los comunes...
…pero, en realidad, su voz es visceral.
Karina Gallardo
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