miércoles, 16 de noviembre de 2011

Rosquitas de Añoranzas

Ver y escuchar a una adolescente contar una anécdota familiar que trajo a colación gracias a un chocolate con canela que bebía en ese momento, me hizo recordar las ricas manducas hechas por mi abuela, sentí en ese momento como especie de un yunque recorrer mi garganta, las lagrimas abrazaron mis ojos e incontenidamente y visiblemente llena de nostalgia hable de las Manducas.

Al llamarlas por su nombre criollo, mis amigas citadinas quedaron como pajarito en grama por lo que debí explicarles que por los lados de Pto. Cabello, específicamente en El palito, paso obligado de Morón hasta Valencia, Edo Carabobo, lugar que seguramente abrían transitado para ir a las playas de Falcón, era muy característico las ventas de empanadas, pero lo más curioso son las de arepitas dulces.

Las manducas son típicas en San Felipe, estado Yaracuy, hechas con los mismos ingredientes de las arepitas dulces, con la diferencia que en esta región se le agrega el plátano maduro a la masa y se elaboran en forma de rosquitas.

No hay un sitio comercial específico donde se puedan adquirir, pero sin falta es muy frecuente que en los hogares sanfelipeños se hierva el papelón con el anís, en lo que este frio se tritura un plátano madurito crudo y se le anexa a la mezcla al igual que la harina de maíz, después de amasar bien se hacen unas tiritas como de un centímetro de grosor, y se une cada extremo en forma de roscón y es llevado inmediatamente a la sartén con abundante aceite caliente, es cuestión de minutos su cocción y son espolvoreadas con azúcar si el comensal lo prefiere.

Ideal esta deliciosa comida para las meriendas y hasta para los desayunos, acompañada preferiblemente con café guayoyito.

Las oyentes comparaban la receta con las rosquillas gallegas y otra cantidad de dulces españoles, a lo cual diferencié inmediatamente, el hecho de llevar plátano maduro le daba un toque personal y absolutamente autóctono de la región Yaracuyana y perecedera a través del tiempo.

Maiz: Oro en Grano

El maíz era un alimento básico de las culturas indígenas americanas muchos siglos antes de que los europeos llegaran a América. En las civilizaciones maya y azteca jugó un papel fundamental en las creencias religiosas, en sus festividades y en su nutrición.

Actualmente se cultiva en la mayoría de los países del mundo siendo la tercera cosecha más importante después del trigo y el arroz en la dieta popular.

Los granos, las hojas, las flores, los tallos, todo es aprovechado
para la fabricación de múltiples productos: almidón, aceite comestible, papel, edulcorante alimenticio, pegamentos, cosméticos, forraje, bebidas alcohólicas, levaduras, jabones, antibióticos, caramelos, plásticos e incluso, desde hace poco, se emplea como combustible alternativo a la gasolina, más económico y menos contaminante.

Este tesoro dorado es absolutamente reconocido en las tierras de María Lionza como ingrediente base de variados y ricos platillos muy consumidos por los yaracuyanos y sobre todo de uno muy típico que es la cachapa con queso de mano y cochino.

Recientemente visité una casa de vivienda rural en Camunare, tierra del barro y las vasijas, municipio Arístides Bastidas, Edo Yaracuy. La dueña de la casa, la señora Hilda, con 70 años a cuestas, piel tostada, cabellos lisos se ve que extensamente largos por un moño tipo cebolla que lo recoge y por su color cenizo, lleva 30 años sustentando a sus 8 hijos a punta de cachapa y hallaquitas envuelta en las hojas del jojoto, productos que elabora y vende en el patio de su casa junto a sus hijos quienes le ayudan a desgranar, moler, mezclar, cocinar, envolver y vender esos deliciosos manjares criollos.

La Sra. Hilda tiene además de 12 vacas lecheras en su enorme patio un pequeño sembradío de maíz y un rústico horno donde se aloja la madera usada como leña y sobre éstas las planchas donde cocinan las cachapas bajo una estructura hecha al descuido con columnas de troncos, techo de caña brava, piso de tierra oscura, el cual de vez en cuando es rociado con agua para no levantar sospecha.

Desde muy temprano se desnudan las mazorcas del maíz, tratando sutilmente su envoltura ya que es usada como vestimenta para las hallaquita. Luego de hacer ese proceso con más de 20 sacos, se desgrana esa vistosa mazorca con lo que se utiliza un cuchillo, seguidamente inicia la labor de disgregación del grano, cuando ya se ha molido en su totalidad trabajo que es largo y muy tedioso se empieza su preparación, el resultado debe ser una masa de aspecto un poco grueso y ordinario, por lo que se le debe agregar sal y azúcar al gusto y un poco de agua para que la mezcla quede con consistencia espesa, pero suficientemente fluida para que al colocarla sobre el budare se expanda por su propio peso.

La gente que acude al caserío en busca de cachapas puras, nada de ligas, tienen el placer de apreciar la elaboración, ver a la Sra. Hilda engrasar el budare con una tusa impregnada en aceite cada vez que se va a hacer rondas de cachapas, luego verter con un cucharón en las negras y brillantes planchas alrededor de una taza de la mezcla, extendiéndola un poco hasta formar una tortilla, que al crearse burbujitas en toda la superficie, es volteada con una espátula para cocinarlas por el otro lado hasta dorar. Aproximadamente 1 minuto por cada lado. Y por último las llevan hasta unos grandes paños donde las mantienen calentitas si es que no salen inmediatamente a la venta.

Un detalle que no olvidaré es que mientras esperas que estén listas las cachapas, que ya por el simple aroma sabes que serán toda una delicia, la robusta mujer mete entre la leña varias mazorcas para que se cocinen tomando un tono tostado, y las ofrece a sus comensales para que pasen la espera entretenidos devorando esos granos dorados con sabor a patio, a leña, a abuela y a tradición.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Comida tradicional Yaracuyana de ayer, hoy y siempre


Tierra húmeda en donde el más friolento se vuelve caliente, de costumbres sencillas e ingeniosas, con un pintoresco dialecto usado en la vida diaria e implementación de los más tradicionales juegos populares, de esa forma se presenta Yaracuy, de suelo pujante, proveedor de las más ricas y dulces frutas, verduras óptimas y la mejor caña de azúcar de la región.

La capital del estado, lleva por nombre San Felipe, que en otrora luego del terremoto de 1812, por su garra al no dejarse morir tras el devastador desastre natural, recibió por nombre San Felipe El Fuerte.

Desde su fundación, se conoce que las principales actividades económicas desarrolladas por los pobladores de estos dulces y húmedos valles, correspondían al cultivo de cacao, siembra de tabaco, conuqueros de maíz y frutos menores, así como trapiches de caña de azúcar y artesanos; refleja que en el presente siglo se han arraigado en el espacio geográfico los ya existentes y nuevos cultivos intensivos como lo son el maíz, el café, el banano y la caña de azúcar, así como la producción de frutas y legumbres destinadas al consumo local.

Yaracuy es un estado que se muestra tímido en cuanto a su desarrollo industrial y se ruboriza siendo el primero y uno de los más importantes productores de la palma africana, caña de azúcar y maíz. Sin olvidar la ganadería y lo que ésta deriva, ya que se ha convertido en la esmeralda del anillo, siendo este rubro uno de los más significativos en la región económicamente hablando, formando parte imprescindible de la gastronomía criolla yaracuyana.

Uno de los más tradicionales platos venezolanos para la época decembrina, la hallaca, según fuentes orales yaracuyanas, destacan que en esta ciudad se le incluye un ingrediente autóctono que son los quinchonchos, y esto debido a que estas tierras son ricas productoras tanto de cereales como de leguminosas. Igualmente se hace referencia a otra comida típica, que son las cachapas donde su principal ingrediente es el grano del maíz. En el mismo rango de los cereales, se consume regularmente el pastel de jojoto, así como la sopa de arroz. También es muy típica la dulcería a base de esos principales rubros, como lo es el pan de horno, la mazamorra, el majarete y el gofio. Dichos platillos son elaborados y consumidos desde épocas antiguas y su principal actor es el grano del maíz.

El plátano es un ingrediente fundamental en la cotidiana cocina sanfelipeña y yaracuyana, dejando de su sabroso dulzor un pastel de tajada, el churruchuchú, receta elaborada a base de plátano maduro en almíbar con especies dulces y queso blanco rayado, el pavito y los tradicionales cambures pasados. Eso sin dejar a un lado el plato típico del país que es el pabellón, que quizá en San Felipe se consumé mucho más en los hogares, acompañado de pasta, que sustituye al tradicional arroz.

Los bollos pelones, según fuentes bibliográficas e incluso audiovisual, se apoderan del número uno en la lista de la comida típica sanfelipeña, aunque muchos de sus pobladores no estén de acuerdo con ese nombramiento y sí apoyan la cachapa, la torta de pan viejo y la tradicional sopa de arepitas.

Es importante destacar toda la producción agrícola del estado y sobre todo de San Felipe, ya que por medio de ella se puede saber de dónde se originan, el porqué y si aún tienen vigencia sus platos típicos ente sus pobladores.

Sin duda hay una amplia variedad en cuanto a la comida típica y tradicional de San Felipe existente en épocas pasadas, y siendo así llama mucho la atención que no sean platillos arraigados y conocidos entre sus moradores en la actualidad, que cada cual reconozcan a algunos de estos ingredientes de forma aislada y no como representante de la cultura culinaria del estado y su capital, será que no hay sentido de pertenencia en cuanto a ese tema y que los yaracuyanos han adoptado platillos de otras localidades como suyos.

viernes, 22 de octubre de 2010

Masa

El esposo seguía encerrado. Estela se dedicó a cocinar más carne y a guardarla en potes para congelarla de nuevo. No dejó de llover en toda la noche. Las ventanas se golpeaban entre sí por la fuerza del viento. Ella permaneció desnuda, acostada sobre su nuevo abrigo, esperando por el esposo. Se casaron muy jóvenes y solo se sintió querida los primeros tres meses. Ahora, con la piel seca, desteñida y moribunda, no necesitaba usar ropa dentro de la casa. Tenía suficiente piel para cubrir lo que su esposo no quería tocar. Cada cierto tiempo cambiaba de posición, dejando las nalgas hacia arriba o hacia abajo. Movía los dedos de los pies al ritmo de los dedos de su marido golpeando la máquina de escribir. Imaginaba que esas manos iban rodando por su espalda, como un rodillo sobre un trozo de masa, restregándose hasta moldearla. Sentía el peso, el sudor, el movimiento. Veía cómo su piel iba cambiando de forma a medida que las manos se apropiaban de ella. Estela abrió sus piernas y dejó que las manos siguieran condimentándola. Tac, tac, tac. Sigue el tecleo, el marcapaso, la masa se aplana. Se toca con el dedo índice, nota que ya le echaron mantequilla. Se siente complacida y hace un esfuerzo por mantener las piernas abiertas. Retira el manto de su espalda y lo utiliza como paño para secarse. Agarró el paraguas y salió por la puerta sin trancarla con llave. Caminó a la iglesia arrastrando los pies, sin importarle que se llenaran de lodo. No saludó a las mujeres de los sombreros rojos, ni a la de los bolsos naranja; ella caminó hasta el primer banco y se reclinó para murmurar la oración del perdón. Antes de que comenzara el servicio, subió al balcón y se incorporó a la coral.

Raquel Abend

jueves, 3 de junio de 2010

La Fragancia de la Belleza


Abro la puerta de la habitación y no se qué voy a encontrar. Acabo de pelear con Los Bichos, por que quieren pasar la tarde viendo una carne con papas en la computadora. ¡Están locos! Prefiero bajar a la piscina para ver a las mamis en vivo. Además, estoy destruido por el juego y quiero descansar.

Voy en noveno y en los dos años que llevo jugando fútbol, no he pegado una; pero hoy puede ser mi día. Ésta vez sí salió algo bueno en este hotel; hay una puerta entre mi cuarto y el de al lado. Le puse un pedazo de borra en el seguro, como nos enseñó El Flaco, y así la puedo abrir más tarde. Cuando hice la operación, no había gente en el otro cuarto; ahora, voy a revisar si cayó algo.

Empujo la puerta con cuidado por que según él, ahí está el secreto. Poco... a.....poco y... ¡Chamo,...la pegué! ¡Allí hay una mujer acostada y está desnuda! ¡La estoy viendo por el espejo y parece dormida! ¡Debe ser una modelo, por que está arrechísma de buena! Si se lo cuento a los panas no lo creen. Nunca he visto una mujer así y ojala pudiera mirarla por un siglo. No, que sea para siempre.

Mientras la buceo, un olor a rosas frescas hace que recuerde el jardín de mi casa. Es como,… ¡Cooño, me vio! De una, cierro la puerta y agarro la manilla, por si trata de abrirla; pero, después de un rato, no pasa nada. La suelto y vuelvo a respirar. Las piernas me tiemblan y caigo. Un sudor frío baja por mi espalda, tengo las manos acalambradas y el olor de las rosas sigue en el cuarto. ¿Será que así huele la belleza?

Sigo sentado en la alfombra, y ya lo pensé: voy a guardar el secreto. ¿Sabes?...arrancan con la joda y termino arrepentido. Además, si esa tipa llega a denunciarme, termino fuera del equipo. Por si acaso, mejor bajo y regreso a dormir cuando ya sea bien de noche.

He pasado el resto del día en la piscina pensando full en la modelo del espejo; todos se han ido y no aguanto el sueño. Total, subo al cuarto y que pase lo que pase. Seguro que ella se acostó y trancó la puerta. Ahora, todo está tranquilo, ya se borró su olor y aunque dan ganas, ni de vaina me asomo. Capaz que esté esperando para darme una coñaza por lo de esta tarde.

Algo me despertó. Todo está quieto y siento como si alguien estuviera en el cuarto. Está oscuro, no encuentro el botón de la luz y quiero gritar, pero no puedo. Tengo la garganta seca y mis manos sudan.. De repente, no se si estoy soñando o qué, pero un olor a rosas se está acercando; y ahora,… ¿qué hago?
Luís Bonilla

lunes, 31 de mayo de 2010

Inmigrantes

Inclino mi cuerpo hacia el picaporte, no veo la ranura, tanteo hasta que la llave entra y la puerta se abre. Trabajo en este hotel desde hace un año; me contrataron aunque no tengo visa y no hablo inglés. Pagan puntual cada semana y no me hacen daño. Ordeno las habitaciones, tiendo camas, limpio baños y me ducho aquí porque donde vivo tengo que pagar por hacerlo. Hoy es jueves, todavía no empiezan los sobresaltos del fin de semana, por eso no entiendo qué hace una mujer sin ropa, sangrando por la nariz, tendida en la cama.

Creo que debo cerrar la puerta y avisar al jefe de consejería, pero ella me mira como pidiendo ayuda. No sé qué hacer: retrocedo un paso, pero me viene el pálpito de que se va a morir si la dejo allí. Le pregunto cómo la puedo ayudar, pero no creo que entienda rumano. Llorando, se levanta y busca un lápiz que tiene la insignia del hotel. En la pared dibuja una mujer envuelta en una burka. Se da cuenta de que no entiendo y dibuja dos hombres quitándole el vestido.

La sangre le corre por los senos, ella se mira y se asusta. Yo también y salgo corriendo para bajar las escaleras. Entiendo que debo apresurarme al pasar el piso cuatro y rompo el vidrio de la alarma contra incendios, la sirena se dispara.

Llego a planta baja, encuentro al conserje de espaldas a la luz que viene de la calle, mira en su computadora las fotografías que toma mediante cámaras escondidas en las habitaciones. Mientras le cuento, un bulto, un ave, un cubrecama, atraviesa la ventana y choca contra el suelo. Imagino la sangre derramada en la acera.
Dafne Gil

domingo, 30 de mayo de 2010

Las Travesuras de Gordis y Flakis

Gordis y Flakis estaban muy aburridas en su casa, no hallaban qué hacer, iban del estudio a la nevera y de la nevera a la computadora, estaban en el cuarto viendo televisión y comiendo; el piso de la habitación lo tenían lleno de envoltorios de caramelos, de servillletas sucias, de vasos de cartón que tiempo antes contenían gaseosa. Se pusieron a pasar canales en la TV y hubo uno que les llamó la atención y era nada menos que el canal gastronómico.

Las dos emocionadas de instalaron al frente del televisor con la intensión de ver las recetas que en esa oportunidad ofreciera el conductor del programa. Esta vez no presentaron ninguna receta sino consejos de alimentación. Como por arte de magia se pusieron a prestar atención y anotar las recomendaciones del moderador.

GORDIS: Ay FLAKIS, nosotros si somos raras, mi nombre es GORDIS y soy más flaca que tú, y el tuyo FLAKIS y eres más gorda que yo, jajajajaja.
FLAKIS: Vamos al mercado para ver de cerca la comida de la que estaba hablando el tipo del programa.

Las dos salen muy curiosas al mercado, no sabían cómo era porque nunca habían ido; todo lo hacía las señoras que trabajaban en sus casas.

Al llegar al sitio, después de haber preguntado como veinte veces por al camino, se encontraron con un gran edificio, era viejo pero tenía mucha vida, allí cientos o más bien miles de personas se encontraban todos los días para buscar la comida que llevarían a su casa. Era el viejo mercado.

GORDIS: Vamos a conocer los alimentos que vimos en el programa y los anotamos para saber más de ellos.
FLAKIS: Oki doqui. Ay mira, aquí están los vegetales ¡Guácatela! Señor, señor ¿qué es eso?
VENDEDOR: Eso es vainita.
AMBAS: Jajajajajajaja, vainita, deberían llamarla bromita.
GORDIS: ¿y esto?
VENDEDOR: Esta es la zanahoria. Buena para la vista.
FLAKIS: Lo que comen los conejos. ¿y esto qué es?
VENDEDOR: Espinaca, tiene mucho hierro.
AMBAS: Entonces debe ser muy pesada, Jajajajajajaja
VENDEDOR: ¿En qué planeta viven ustedes que no conocen lo que se comen?
GORDIS: Por eso es que estamos aquí, para conocer los alimentos. Gracias señor, ahora vamos a ver otras cosas.

Siguen adentrándose en el mercado y se detienen en la Carnicería.
FLAKIS: Componte niña componte, que allá viene el carnicero, con ese bonito traje que parece un marinero. Jajajajajajaja.
GORDIS: No sé que marinero será ese, seguro debe ser el cocinero del barco. Jajajajajajaja.

Y empiezan las preguntas:
— GORDIS: Señor, ¿Cuál es el nombre de ese pedazo de carne?
CARNICERO: Eso es un muchacho redondo.

Ambas sorprendidas por el nombre de ese corte gritaron:
AMBAS: ¿MUCHACHO? Pero eso no se parace a un muchacho.
CARNICERO: Y este que llaman falda tampoco se parece a una falda; vean este por acá ¿Les parece un lagarto? Porque ese es su nombre y de paso lo llaman lagarto reina. Espérense un momento mientras atiendo a este cliente.
FLAKIS: Gordis, ¿eso que estoy viendo es lo mismo que creo ver? ¿Y eso? ¿y eso?
CARNICERO: Sí, eso es un corazón, que aunque parezca mentira no es buena carne, lo otro que señalas son patas de pollo, son ricas en gelatina y excelentes para subir las plaquetas, y lo que vemos por allá es una pata de cochino, es deliciosa con unos granos que llaman garbanzos.
GORDIS: Muchas gracias señor, tenemos que ir a la pescadería rápido, porque se nos está haciendo tarde.

El olor las llevó a la pescadería.

GORDIS: Llegamos, acá están los pescados. ¿Cuál será la diferencia entre pez y pescado?
EL PESCADERO: La diferencia es que el pescado es el pez que fue atrapado.
FLAKIS: Entonces es un pez pescado, Jajajajajajajaja
GORDIS: Señor ¿Qué pescado es ese que tiene cara de regañón?
PESCADERO: Ése es el Mero y lo que está viendo es un pulpo y esos que se parecen al pulpo pero son más pequeños son los calamares. Y por allá están las sardinas que son muy alimenticias, tienen mucho fósforo.
AMBAS: Muchas gracias señor, ahora ya sabemos con qué nos alimentamos. Y espero que no se queme con las sardinas, por lo del fósforo, Jajajajajajaja.

Después de una semana comentaron:
GORDIS: Parece mentira, que desde que fuimos al mercado estoy comiendo con más ganas y me siento mejor, sólo por conocer los alimentos.
FLAKIS: Si, ahora hasta me provoca cocinar con mi mamá y de paso, como que tú no has ganado unos kilitos y yo he perdido otros más. Ya no seremos Gordis y FlaKis, ahora seremos sólo nosotras dos.
Remo Tortello

lunes, 24 de mayo de 2010

Visión Fugaz

Solo éramos un par de chicuelos de 8 y 9 años, jugando y peleando por el mejor puesto en la parte trasera del auto, mi madre sentada en el puesto de acompañante, entretenida con las cuentas por pagar y mi padre que conducía sorteando los profundos huecos de una carretera vieja, sola y desdichada, mientras regresábamos de un corto viaje.
Cuando de pronto escuchamos un chirrido ensordecedor, seguido de un batuqueo, que nos hizo movernos hacia adelante muy bruscamente, mi hermano y yo desde el asiento trasero creíamos que nuestro padre se estaba durmiendo y por eso el frenazo, la acción causó una franca sonrisa en nuestros inofensivos rostros , la que inmediatamente fue borrada por mi madre quien nos exigió con voz resquebrajada y angustiada que metiéramos inmediatamente nuestras cabezas al fondo, y que por nada del mundo nos asomáramos, desde luego que obedecimos aunque sin entender nada pero mientras lo hacíamos cruzamos miradas pícaras bajando lentamente a ver si nos daba tiempo de ver algo, pero solo alcanzo para divisar un bululú de carros, gente y luces
Sentimos que el auto se detuvo, y que voces agudas externas exigían auxilio, pedían que les llevaran a un hospital, gritaba una voz fuerte q había un mal herido, a lo que mi padre se excusó diciendo que traía dos pequeños atrás y que no podría ayudar.

Varias personas se asomaron en las ventanas traseras para constatar que lo recién escuchado era cierto, vi a un hombre bigotudo con ojos desorbitados mirarme intensamente, expresión que me asustó tanto que abracé a mi hermano, el cual se zafó con un desdén muy común de esa edad.

Escuchamos por parte de mi padre pronunciar un “suerte amigo”, seguido de un “Gracias” al cual le precedió un “siga adelante”, fue entonces cuando David y yo nos subimos poco a poco hasta el respaldar del asiento trasero del auto y observamos fijamente el desalentador panorama, algunas personas que detenían a los carentes autos que por allí circulaban, un carro blanco con un hueco en el capo y el vidrio resquebrajado, algo que parecía una bicicleta patas arriba a la que aún le corría la rueda trasera y por último y algo alejado de ese escenario, enmarcado en un rojo profundo que corría como un caminito hacía el nivel más bajo de la vía, el cuerpo todavía con signos de vida, asumo que de un hombre, al que aún le temblaban sus piernas, vestidas con un pantalón blanco leche que impresionantemente desde el vidrio trasero del carro no se veía manchado. Allí me quede pegada en esa visión hasta que vi que las piernas se dejaron de mover y quedaron inertes, la imagen se fue disipando mientras el auto seguía alejándose.
Miriam Barroeta

miércoles, 10 de marzo de 2010

El Encuentro en el Ascensor


Al fin, después de una larga espera, la vi. Lucía distante. En mis fantasías más caras había imaginado quedarme atrapado en el ascensor junto a ella; y ahora, como si fuese un ensueño, se dirigía a la cabina con su andar felino y un aire de misterio que atrapaba la mirada de los hombres y despertaba la desazón en las mujeres. Al pasar a mi lado, altiva, me miró apenas. No supe si lo imaginé o había ocurrido: un destello había surgido de aquellos ojos, fríos como el acero, para clavarse en mi tranquilidad. La inquietud me quedó gravitando mientras abordaba el elevador.

“Debe andar en los treinta” pensé un poco antes, mientras ella se acercaba enfundada en un traje negro de corte impecable que delineaba una figura de hechizo. Las piernas largas y torneadas, rematadas en unas caderas firmes, forcejeaban a cada paso con la estrecha falda. La había visto, solo una vez, cuando se hospedó, una semana antes, en el Hotel Rey Jorge. “Carajo,... que bella es esta mujer”, me dije en esa ocasión, en tanto una sonrisa furtiva y una fragancia a mujer hermosa se prendaron a mi memoria. Por esa razón había regresado a la misma hora con la secreta esperanza de encontrarla. Mi aprensión era no poder verla de nuevo y al mismo tiempo, mi ansiedad era no saber que hacer o decirle, en caso de encontrarla otra vez. Así me sentía cuando la vi esa noche; como un adolescente, confundido y ansioso, sin hilvanar las ideas.

El elevador había iniciado el ascenso y tal como lo imaginé, mil veces, estábamos a solas en la cabina. De repente, sin saber como, me sentí atrapado en mis pensamientos más recónditos. Había estado recorriendo el delicado perfil de la desconocida, mientras ella hojeaba un informe. Como hipnotizado, me había paseado por cada detalle del fino rostro, para terminar clavando mis ojos, afilados por el deseo, sobre sus labios húmedos; fue cuando ocurrió: levantó el plano de su mirada para tropezar con la mía. Me observaba fija, con gesto curioso, en tanto emanaba de su presencia un halo de feminidad subyugante. Con los párpados entornados, evocaba a una fiera al acecho. De pronto..., sin previo aviso,… el ascensor se detuvo. El tiempo también pareció detenerse.

Una interrogante se delineó en las cejas de la hermosa mujer. Nos mantuvimos expectantes; afuera se escuchaban gritos de ayuda y les respondí hasta que nos ubicaron. Guardé silencio, no atinaba a decir palabra y ella, divertida, dibujaba en sus labios una sonrisa burlona. De improviso, con la frialdad de un médico forense, tomó un lapicero de su bolso y escribió algo en un pedazo de papel que arrancó del informe y con un gesto de premura me lo entregó. “En cualquier parte, esto es un abordaje”, me dije. El desconcierto me doblegó. Esa hermosa mujer, desconocida, se me estaba insinuando, pensé, en tanto todos los músculos se me tensaban. Una perla de sudor rodó por mi frente. Un silencio embarazoso nos acompañó mientras tomaba el papel y nuestras miradas se cruzaban con la destreza de esgrimistas avezados. Podía sentir el acecho como si fuera un presagio. El personal de servicio ya abría las puertas del ascensor y el pedazo de papel era una expectativa que copaba mis pensamientos. Repuesto de la sorpresa, no pude contener una tenue sonrisa que comenzaba a aflorar en mi rostro mientras leía la nota. Hice una pausa, respiré hondo y leí de nuevo: “Hola. Me llamo Clara. Soy sordomuda”. Quise decir algo. Fue inútil. Ella se alejaba con su andar de pantera.
Luis Bonilla

sábado, 6 de marzo de 2010

Piano


Y está ahí, silencioso, distante. No habla para llamar la atención, existe.

La humildad no se le da. Su imponencia, lo estruendoso de sus partes, lo esbelto de su ser captura los ojos de cualquiera y las manos de seleccionados.

Y cuando habla, es bajo la más sensual persuasión, a través de las yemas del más osado. Lo hace con estricta elegancia, articula con propiedad, exigiendo que se muevan entrañas.

Aparenta clasismo, sugiere intelectualidad, espanta a los comunes...
…pero, en realidad, su voz es visceral.
Karina Gallardo
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lunes, 18 de enero de 2010

Fritz


Como aquella que hizo volar mi corazón como un caballo desbordado y me hizo despertar al borde del abismo. Justo a Tiempo.

Y en ese ir y venir de la realidad lo que creías cierto, ahora es falso, y los recuerdos que en tu mente perduraban no son más que imágenes que otros ya han olvidado.
Y el pasado se mezcla con un presente líquido; con olas de voces perdidas, algunas calladas, para hacerte imagen nueva, para hacerte movimiento.

Después de tantas tristezas, vienen las sonrisas a granel, como reírnos de nosotros mismos, de lo que quisimos hacer y no hicimos.

Tantas sensaciones, tantos recuerdos…que añoranza, que tristeza, que felicidad, hasta lágrimas. Quiero muchas cosas que no tengo, que algunas las tuve y ahora, las deseo volver a tener…

No dejo de ver la acera, ojalá me dejara de ver a mí.


Cadáver exquisito

Alzheimer

Si tan solo supiera retratar el silencio. Abrí la ventana y una corriente de viento comenzó a besarme el cuello. Ya sus maletas estaban en la puerta. Afuera caía la nieve en forma de risa. Mi boca no sabía cómo cambiar de posición, había olvidado eso de expulsar sonidos que significan algo. Su memoria era como una gran casa, de esas que tienen al menos doce habitaciones, y desde diciembre del año pasado se había estado apagando la luz de cada una; hoy solo quedaba la vela del baño encendida. Un coro de enfermeras miraba desafiante al perro que lo guiaba. Yo había estado llorando tanto tiempo que ya lo había olvidado.

Raquel Abend

jueves, 22 de octubre de 2009

Desde Nuestros Bancos


La diversión comenzaba apenas despegaba los pies del piso para impulsar el columpio. Mi mamá, mi hermanito y yo pasábamos la tarde en el parque. El protagonista era un tobogán inmenso de cemento pulido.

Ella se armaba con el periódico del día, para pasar al menos dos horas sentada en un banco de cemento, mientras nosotros nos mimetizábamos con todas aquellas atracciones.

Día a día probábamos las leyes de la física: para deslizarnos más rápido en el tobogán, le echábamos talco. Estudiamos científicamente la eyección de nuestros cuerpos desde los columpios, evaluando en cada salto: altura y longitud recorrida por el participante, ganaba quien aterrizara más lejos a cualquier precio. Al hablar de precio me refiero a dientes partidos, quijadas rotas, rodillas y manos raspadas. Mientras, mi mamá leía y nos observaba desde su banco.

Si había llovido, se formaba un gran charco en donde paseábamos nuestros carritos amarrados con pabilo, ese gran pozo fue bautizado como el Río Macanuca.


Cada cierto momento me sentaba en el banco junto a mi mamá, distrayéndola de su lectura. Ella nos alertaba diciendo —vayan a jugar. ¿Para qué los traje, para que se sentaran?, ¡Pues no! Los traje para que jugaran, si se quieren sentar nos vamos para la casa— Allí quedaba ella observándonos mientras nos incorporábamos nuevamente al grupo.


La retahíla de su discurso seguía —pierden el tiempo aquí sentados en vez de ir a jugar, ojalá y nosotras pudiésemos jugar cada día como ustedes. Aprovechen que el tiempo se va rápido— pero cómo iba a entender eso si mis tardes pasaban despacito, tenían como 300 horas.

¿En qué momento transcurrieron tantos años que no me di cuenta? Imagino que pasaron mientras peinaba a mis Barbies y maquillaba como payaso a mis tías o cuando recortaba las revistas para fungir como editora y hacer nuevas de papel bond con fotografías de alta moda, que luego vendería. Puede ser que el tiempo se consumió como incienso, cuando mi mamá se sentaba como público risueño en la sala para ver mis shows de producción casera o, transcurrió mientras ella batallaba campalmente peinando mi maraña de cabellos logrando a duras penas un moño para mis clases y presentaciones de ballet. Se apresuró el tiempo y las dos estamos más entradas en años y en complicidades

Hace poco la acompañé al casino. Me pareció curioso que estos están llenos de soledad, pastillas para la tensión, insomnio, whiskey, propinas, comidas y ruido. Son una especie de crueles ancianatos que juegan con madres y abuelas desgañitadas que gritan bingo o jalan palancas. Sin embargo, eso no impidió que fuese hasta ahora uno de los mejores días que he tenido.


Al llegar noté que todas las tragamonedas son iguales, sólo cambia el muñequito. A ella le gusta jugar con una de monitos pero estaba ocupada, según sus palabras “por una vieja que seguro no sabe ni jugar”, mientras tanto escogió otra. Ahora era yo quien se sentaba a su lado a verla jugar. Disfruté de sus gestos, de su emoción al explicarme cómo funcionaba, de su sagrada compañía, mientras el tiempo me iba mostrando cuadro a cuadro la película que me dejaba detallarla con total calma, tal como hacía ella con nosotros en nuestras tardes de parque.


La física volvió a hacer de las suyas, esta vez para mostrarme el paralelismo del tiempo. Las dos nos observamos caleidoscópicamente. Era como si ambos momentos se podían tocar uno con otro e inclusive, intercambiarse y regalarnos imágenes que creíamos haber olvidado. Ella desde el parque en el banco de cemento y yo desde el casino en el banco de terciopelo. Yo inventando cómo atravesar con mi carrito el Río Macanuca y ella cómo pasar el monito de liana en liana, ella viéndome reír y crecer y yo viéndola olvidarse de sus angustias, de sus pastillas, de la política y sus dolores.


Fue mágico estar allí sólo con ella. Entre las dos borramos a todas las personas que estaban alrededor, cambiamos el ruido de las tragamonedas por canciones de Alfredo Sadel, tumbamos el techo para ver las estrellas que iban danzantes al compás de la luna. Quitamos las paredes y pusimos ventanales para que ella pudiese sentir la brisa y ver la montaña. Inclusive, en un momento las luces se atenuaron aún más para disfrutar del mejor ballet y cuando ya tuvimos que irnos nos montamos en un gran carruaje guiado por mariposas y luciérnagas que se acompañaban por las hadas que iluminaban nuestro camino de regreso a casa.


Qué cosas las que revivió mi caleidoscopio. Al guardarlo me quedé con lo mejor de la noche, con mi mamá. Me apena confesar que mi relatividad del tiempo me lleva a confundir la realidad, sin saber si ahora sigo jugando en el parque y el resto es una fantasía de quien seré en el futuro o realmente el tiempo pasa tan temiblemente rápido que al terminar de escribir esto haya envejecido sin darme cuenta y sólo esté recordando a la muchacha que fue un día al casino con su mamá, que al guardar su caleidoscopio se vio allí sentada esperando escribir en algún momento sobre ese día.


Supe que por hoy había terminado la diversión al volver poner los pies en la tierra o fue en la alfombra del casino.

Nathaly Salgado

viernes, 16 de octubre de 2009

Reporte de Seguridad

Ella vestía de negro con voluminosos accesorios rojos, a su lado se encontraba un hombre, que llevaba un traje impecablemente elegante, daban tiempo pacientemente a que llegara el elevador en una torre de oficinas. En la espera, se escuchaba la bulla de personas que a su alrededor se movían, mientras que la pareja se mantenía absorta en un silencio oscuro inquietado de vez en cuando por un cruce de miradas distantes.

Después de tres minutos aproximadamente en espera, llegó el ascensor, cuando se abrieron sus puertas entro primero la mujer, con un tumbado en las caderas que fascinaba, se apoyó en un rincón mirándose en el espejo, le siguió el hombre, de ojos de color y mirada tan pesada como un plomo, quien al entrar se adueño del lugar y, en cuanto se cerraron las puertas e inició el desplazamiento, presionó su dedo pulgar con la tecla de PARE, seguida a esa acción se vio una sacudida, un temblor, donde la mujer debió sujetarse de las ranuras de metal, para no caerse.

De inmediato, con un gesto feroz en el rostro y un movimiento inquisidor en las manos, ella
reclamó al hombre por detener el elevador, éste sin dejarle pronunciar palabra, la enmudeció con un profundo y a la vez fugaz beso, al cual ella reaccionó confundida, aunque visiblemente a gusto.

Tras algún intento de la dama para hablar, el hombre la silenciaba con seductoras caricias, besos y suspiros que recorrían su cuello hasta llegar a sus labios y aunque ella se resistía, las acciones del hombre la desarmaban.

Arriesgándose a que las puertas del elevador se abrieran, el hombre susurro a la mujer “perdóname, te amo” y comenzó a acariciar los prominentes senos, así como las curvas de su cuerpo, fiel representante a las formas de una guitarra. Ella, se dejaba absorber por ese momento glorioso, lujurioso y atrevido, además estaba totalmente excitada, su piel parecida a la de una gallina lo respaldaba. La mujer al fin, se dejo llevar por el desenfrenado momento, esos dos cuerpos sudorosos se convirtieron en uno solo.

Desvestidos casi en su totalidad, los pantalones de él yacían sobre sus pies, en los cuales se vislumbraban zapatos negros pulidos, su camisa de lino blanco tirada en el piso cual coleto, pisada por los elevados tacones rojos que ella calzaba, mientras que su falda de pliegues, hacía las veces de bufanda sobre su largo cuello.

Después del acto que les llevo a penas diez minutos que parecían toda una eternidad, se vistieron sin mucho apuro, él saco entonces de su bolsillo un solitario montado en un aro de oro blanco, o por lo menos eso parecía, que colocó después en el dedo de la agitada y sudorosa mujer, ella lo terminó de calzar en su anular, que revelaba una sombra blanquecina como si a ese lugar hubiese pertenecido antes, asintió su cabeza como quien acepta un compromiso, le beso tiernamente y al mismo tiempo pulsó el botón de emergencia, que de inmediato emitió un escandaloso sonido similar al timbre de un colegio. Al dejar de presionarlo, las puertas se abrieron casi inmediatamente, prontitud que asombró a la mujer, pero aparentemente no le dio mayor importancia.

Ya afuera del ascensor, un agente de seguridad les instó a que pasaran por el departamento de servicios médicos de la torre, a manera de constatar que se encontrasen en buen estado de salud, a lo que el hombre indicó no era necesario, que tanto él como su prometida se encontraban en excelentes condiciones, que ya todos sus conflictos habían acabado, entonces procedieron a marcharse de la torre, tomados de la mano.

Al ver por las cámaras de seguridad que ya todo estaba solucionado y que querrían marcharse, abrí las puertas del ascensor lo más pronto que pude…. Así concluyo el reporte diario del Jefe de Cámaras de Seguridad de la Torre de Oficinas.
Miriam Barroeta

jueves, 15 de octubre de 2009

Cada Noche


Mis ojos no han dejado de mirarte.
aunque estés tan lejos, tan remota en el ocaso…

Más allá de catedrales centenarias
tu nombre dejé oculto bajo tierra.

Como un niño quise sembrarte en el olvido.
pero me encontré cada noche navegando en tu recuerdo.

Un río de sueños me arrastra al mar de tu memoria.
Eres una marejada que destruye el rompeolas del olvido.

Ojalá dejarás de aparecerte cada noche.
Excusada por mis sueños, tu rostro me ronda y me sonríe.

Quizás, si no tuviera que dormir podría olvidarte,
pero en cada noche, en cada sueño, está tu blanca sonrisa, tus ojos negros…

Y así como te veo, me resigno al despertarme,
y acepto que aunque navegue muchas leguas sigo anclado a tu recuerdo.

Hernan Lameda

jueves, 8 de octubre de 2009

El Ascensor

Tatiana corrió unos metros para entrar al ascensor justo antes de que se cerraran las puertas. “Por los pelos” pensó. Las puertas se cerraron y la escondieron en una inerte oscuridad.
─¡Coño! Llego tarde y ahora esta mierda se para.
Buscó a tientas los botones, la luz de emergencia, lo que fuera. Apretó todas las teclas que encontró, pero todas parecían estar de adorno.
─Con el gafe que llevo últimamente, seguro que he cogido el único ascensor que se ha estropeado en todo el edificio. ¡Muévete, cabrón! ─le gritó a la caja oscura en la que se encontaraba.
Todo su cuerpo se vino abajo con un resoplido. Dejó caer los brazos y las carpetas que llevaba apretadas contra su pecho. Hoy se había se había dormido otra vez, el metro había tardado un siglo en llegar y ahora el ascensor la había tragado en un no-espacio y en un no-tiempo.
Un sudor rezagado empezó a manifestarse, fruto del sofoco de la carrera para entrar al ascensor y de la mente torpe, que no acaba de dar con ninguna historia convincente para explicar el tercer día seguido que no llegaba a la hora.
Una voz interior cada vez más lejana, todavía intentaba exigirle al resorte mecánico “Vamos, bonito, muévete. No me hagas esto, joder. Hoy no. Muévete por lo que más quieras.” Pero el cuerpo no la acompañó y las palabras se evaporaron entre las miles de bifurcaciones de su cerebro.
En medio de la nada negra, de pronto se sintió como desnuda. Instintivamente comenzó a estirarse la falda a colocarse bien la blusa y ordenarse el pelo. Más que por si se abría de repente el ascensor, por sentir los diferentes tejidos de su ropa en orden. Estaba vestida, y bien al menos. Todo no iba tan mal entonces. Sus pies querían salirse de los zapatos. Encontraba absurdo estar suspendida en el aire con tacones. De alguna manera aquella leve gravedad tiraba de sus pies hacia abajo. Estaba de puntillas encima del hueco del ascensor, ese precipicio angosto y estrecho como los vanos de las escaleras de sus sueños. Se quitó los zapatos con desespero, y al sentir la planta del pié reposar sobre una moqueta suave y plana, imaginó que se apeaba de un mal sueño.
Le vino a la mente el cuarto oscuro de la escuela, frío y húmedo. No se veía nada y el tiempo no pasaba hasta que la monja abría la puerta de golpe y le caía encima un saco de luz que la cegaba durante unos minutos; por lo menos ahora había ganado en estatus, este cuarto estaba todo forrado de moqueta, no hacía frío y estaba sequito. En realidad, se parecía más bien a los cuartos acolchados de los psiquiátricos. Si llegaba a un punto de desesperación grave, no había peligro de autoagresión, las paredes le rebotarían al centro o a la otra pared y ésta a la otra y así sucesivamente hasta…¿cuándo?.
Luego vino el cuarto oscuro de los fotógrafos; con una sonrisa pícara, cayó en la cuenta que curiosamente sus dos ex maridos habían sido fotógrafos de profesión. No creía que era el momento, ni el lugar adecuado para tales revelaciones, pero de nuevo volvía aquel laboratorio de sombras a revelar caras, gestos, paisajes…
Recordaba la danza de los líquidos, las bandejas, el agua, la emulsión, los papeles sensibles, la cuerda, las pinzas, las imágenes colgadas, y al encender la luz, como por arte de magia, aparecían las caras, los cuentos, las historias… ¿Sería así como funcionaban los recuerdos? Deambulaban en un cuarto oscuro infinito haciendo mil piruetas hasta que de pronto un guiño, un sentimiento o una luz los fijaba en un papel… ¿Por qué siempre tenía que haber un cuarto oscuro en la vida de uno?

Pero, ¿cuanta gente había con ella? ¿Estaba sola? ¿Quien estaba con ella? Su cuerpo reculó hacia atrás buscando la esquina del ascensor. ¿Cómo es posible que no supiera si había alguien con ella cuando entró? Con la retaguardia cubierta, agudizó la vista al máximo con el afán de penetrar la oscuridad y escudriñar el trazo de alguna silueta. Definitivamente la vista no era el sentido más apropiado para esta situación.
Volvió la respiración acelerada, pero esta vez no era la suya. Alguien o algo respiraba a destiempo a la altura de sus rodillas.
─¿Cuantos somos? ¿Quien está aquí? ¿Quién és?
Y no hubo ninguna respuesta, solo aquella respiración cada vez más apurada que venía de abajo.
¬─Responda por favor ¿Quién está aquí?
"¿Será un perro?" pensó, claro que si fuera un perro, se habría puesto a ladrar, a no ser que estuviera herido. Se agachó lentamente, dejando resbalar la espalda contra la pared del ascensor y sujetando las carpetas con una mano por si tenía que defenderse; se puso a palpar, con la otra, hasta dar con la solapa de un traje que estaba tumbado en el suelo. Tropezó con la cartera que le pertenecía, y del sobresalto soltó las carpetas y lanzó un grito irreprimible.
─Ahhhh! Un muerto!!! Que alguien me ayude, por favor!!!!
Su grito no descosió ni un hilo de aquella oscuridad. Ahora estaban la negrura tupida y dos respiraciones jadeantes desacompasadas. Con ambas manos, se puso a buscar la cara del muerto siguiendo la geografía del traje: solapas, cuello y por fin la cara. Tocó unos lentes, estaba sudando, …estaba caliente.
─Oiga señor, señor…─le repetía al tiempo que le meneaba la cabeza─ señoR, señor, por favor, señor…
─¿Y entonces, estamos los dos solos?, preguntó Tatiana, con un sentimiento doble de alivio por controlar la situación, pero con la ansiedad de saber que nada más estaban ellos dos, y ahí podía pasar cualquier cosa.
El señor le agarró una mano, y Tatiana le soltó una bofetada con la otra, como un resorte, como un acto involuntario, como si esa palanca hubiera activado los código atávicos de que hacer en caso de ataque. La mano se desplomó al vacío.
Su tacto le trajo la imagen de una mano que sujetaba las puertas del ascensor cuando ella entraba corriendo. Sí, era una mano blanca y pálida, y afilando aún más el recuerdo, la mano llevaba las uñas muy bien cortadas. Subía por la manga hacía arriba en su memoria y no veía más que un borrón de nervios que trataban de empujar hacia arriba ese maldito ascensor y estar allí en su oficina desde hacía rato.
El hombre sudaba y sudaba. Intentó darle unas palmaditas en la espalda, para subsanar lo de la bofetada de antes, pero pesaba muchísimo. Le retiró las gafas, le aflojó la corbata y el botón de la camisa.
─Ay! señor no se muera por favor. Esto es lo que me faltaba hoy, ─dijo ente dientes─ Pero ¿se puede saber que están haciendo ahí fuera? ─gritó al aire negro pidiendo explicaciones.
Empezó a chillar desesperada y a dar golpes con los zapatos en la puerta. Estaba sentada en el suelo marrón del ascensor, con su traje granate y sujetando la cabeza de un tipo al que no conocía.
Por la mejilla lisa empezó a manar agua. El señor estaba llorando.
─Ay señor, no se ponga triste, ─dijo mientras dio otro golpe con el tacón en la puerta─ que ahí fuera están haciendo lo posible por sacarnos de aquí. Piense en otra cosa, piense en su mujer y en sus hijos.
Y el agua manó con más fuerza.
─Cuando yo tenía miedo de pequeña, mi mamá me cantaba al tiempo que me acariciaba la cabeza. Eso relaja mucho. Usted va a ver.
Y Tatiana comenzó a limar aquella oscuridad con su voz.

Sol, solet,
vine'm a veure, vine'm a veure.
Sol, solet,
vine'm a veure que tinc fred.

Si el fondo de la escena hubiera sido un bosque romántico, hubiéramos pensado que esta pareja de niños se había ido de picnic con su manta de cuadros y la cesta de comida para hacer las fotos de un bonito calendario, pero así, todo en negro, a Tatiana le parecía más próximo a una imagen urbana de dos indigentes desahuciados pidiendo limosna en la calle.
La hebra de su voz iba tirando de la madeja del recuerdo melodías infantiles que le cantaba su mamá cuando era pequeña, poemas aprendidos en el colegio, estrofas de canciones que se le habían quedado pegadas….

Menos tu vientre
todo es futuro
fugaz, pasado,
baldío y turbio.

Y así, tapizando de colores las paredes de aquel cuarto oscuro, imaginaba que estaba con un tipo joven, de unos veinticinco o treinta años, alto y apuesto, economista –por lo de las gafas-, sin barriga, cuando de pronto (con la excusa de abrirle un poco más la camisa, y quitarle la corbata), se sorprendió palpando un poco más abajo y confirmando efectivamente que no tenía barriga.
Petrificada por su atrevimiento, enmudeció y el tapiz de arena se desintegró. Se apartó físicamente del tipo, que se había quedado dormido.
─¿Y si era un psicópata y tenía un arma en su maletín? La degollaría allí mismo, bueno primero la violaría y luego la estrangularía. Tenía que salir de allí como fuera.
─Gracias, soy claustrofóbico y no soporto los lugares cerrados, ─dijo el hombre recuperando poco a poco el ritmo de su respiración.
─ “¡Soy no-sé-qué-fóbico! No te digo, que tengo aquí al lado a un tipo psicópata de estos” Aquella voz que venía de la oscuridad profunda, le sonó a general calvo con parche en el ojo, avanzado en edad y con muchas, muchas medallas e insignias en la solapa, al mando de los ejércitos internacionales en una misión secreta.
Ella se había encaramado en un saliente que había cerca de los botones y empezó a gritar desaforadamente.
─Ay nooo! , por favor no me haga nada. No me mate por favor. Haré todo lo que usted diga. No le diré nada a nadie, pero por favor, no me haga nada. ¡Se lo suplico!
─Cálmese, que no le voy a hacer daño.
Mano por aquí y mano por allá, blandiendo desde un hacha hasta un florín, sin querer, le volvió a dar una bofetada.
Ambos se quedaron parados, inmóviles y en silencio. El tiempo se detuvo siglos en aquel instante. Ningún pensamiento pasó por sus mentes. Los gestos quedaron congelados y la oscuridad se tragó las miradas. Pero la biología que es muy sabia siguió su curso y dentro del lagrimal de Tatiana se fue formando un cúmulo de agua que inundó el embalse de sus ojeras, arrastró restos de rimel y se desbordó por la mejilla hasta saltar en caída libre en el rostro del extraño.
(continuará...)

Se admiten y se piden sujerencias para darle un final a la historia. ¿Sacamos a los persdonajes del ascensor? ¿como? ¿les ponemos alguna dificultad más de la que se ponen ellos mismos? ¿Hacia donde les llevamos en la segunda parte de EN EL ASCENSOR? ¿Que harían ustedes?

María José Rueda

martes, 11 de agosto de 2009

La Creación


En el principio de los días, enardecidos ante El que todo lo puede, clamaban justicia los elementos.

—No es justo —decía la tierra—. Yo tan pesada, tan sucia. ¡Me cuesta tanto moverme!

— ¿De qué te quejas Tierra? Tienes la posibilidad de estarte quieta sin ser molestada y entre tanto, construir cauces llanuras y montañas. Para moverte, pide ayuda al agua que te disuelve en pantano o te arrastra como arena diminuta. Si estás muy apurada te arremolina el viento y en forma de nube te lleva lejos. Y mientras duermes fecunda, anidan las semillas en tu oscuro seno, donde se renueva a cada instante el misterio de la vida y la muerte. El agua verterá en ti el alimento para que seas raigambre de pastos, frutales y árboles milenarios. Tienes la misión de dibujar el mundo y servirle de asiento donde marcar su huella.

—No es justo —decía el agua—. Soy tan transparente que no puedo guardar secretos. No puedo caminar, solo puedo fluir incansable por donde me ordena la tierra.

— ¿De qué te quejas agua? En una sola de tus cristalinas gotas existe un universo invisible de donde nacerá la vida. La tierra será tu fiel compañera. Será tu casa, tu descanso y tu rumbo. Cuando desees separarte de ella, te calentará el sol hasta transformarte en nube y viajarás lejos adonde el viento te lleve. Cuando tengas frío, te derramarás en lágrimas como hijo pródigo sobre la madre tierra.

—No es justo —decía el fuego—. Tengo que esperar a ser descubierto.

— ¿De qué te quejas fuego? Existes desde el primero de los días cuando exclamé: ¡Que se haga la luz!
Durante el día, te recluta el sol que te sostiene a una distancia suficiente para brindar luz y vida al mundo allí abajo. Viajas en el aire, en el agua, en cada corpúsculo de tierra como diminuta chispa que al contacto gesta y alumbra todo lo vivo. Y durante la noche te desparramas en estrellas, te contemplas enamorado en el espejo lunar.

—No es justo —decía el aire—. No tengo descanso. Soy tan liviano que no puedo dejar de moverme. No tengo una casa para guarecerme ni una cama donde soñar.

— ¿De qué te quejas aire? Eres el mensajero del universo. Viaja en ti la palabra y la música. Y cuando descansas, sostienes cometas, inflas velas que surcan los océanos, te arropas de agua en burbujas y espuma.

—No es justo —seguían repitiendo—.

Y sin escucharlos, decidió Dios que hasta el fin de los días, no podría alguno vivir sin los otros.
Juntó primero agua y tierra para formar barro y modelar sus cuerpos, con una chispa de fuego les concedió el movimiento y la vida y por último ya cansado, suspiró incrustando en ellos un pedazo de su alma.
Nora Palacios

lunes, 10 de agosto de 2009

Asuntos de Vital Importancia

Arianna abrió la puerta del desolado cuarto, la oscuridad irrumpió en el eco de sus pasos. La muerte también había entrado en esas cuatro paredes.

Encendió la luz y caminó, cuidadosa de no tocar nada. La vieja cama destendida, una taza cargada de café de hace tres días y un libro abierto besaba el suelo. La actividad del cuarto estaba suspendida, esperando que el dueño retomara lo que había dejado a medias. Arianna se apresuró a abrir el closet, de donde sacó un bolso grande. Sin ánimos de pasar más de lo necesario en esa pequeña alcoba se dedicó a despejar el clóset de los viejos atuendos de su padre.

Había fallecido tres noches atrás, y enseguida sus amigos localizaron a Arianna, su única hija. A medida que sus manos viajaban por la vestimenta del viejo hombre, Arianna reconoció lo mucho que había adelgazado desde la última vez que lo había visto. A pesar de los intentos de encuentros que generaba su padre, los largos y demandantes viajes laborales de Arianna fueron la excusa perfecta para mantenerse alejada de él durante los últimos cuatro años.

La chica se detuvo para mirar a su alrededor. ¿Cómo un hombre medianamente respetable podía vivir en esas condiciones? Cortinas curtidas cubrían la ventana, la madera del piso estaba rasgada e infinitos objetos sin valor ocupaban cada mueble y rincón del cuarto. Pero Arianna no sintió más que una milésima de lástima por él.

Volvió a su faena de desocupar el cuarto. Debía entregar la casa al arrendador para el final de la semana. Cuando había bajado cada prenda de ropa, Arianna se paró de puntillas para despejar la tabla superior del clóset. Sin medir fuerzas haló la caja que reposaba arriba, tirándola al suelo y esparciendo sobre él: sobres, periódicos, mohosos libros, fotografías sueltas y finalmente un libro de recortes que cayó abierto.

Al recoger el desgastado libro, de sus páginas se deslizó un juego de cinco hojas amarillas, arrugadas, manchadas de tinta en los bordes. Se trataba de una lista titulada:

Asuntos por hacer de Vital Importancia

Arianna torció los ojos y negó con la cabeza. Desde niña había tenido que lidiar con los incongruentes deseos de su padre, causantes de sus innumerables mudanzas durante su niñez, y factores detonantes en su inevitable deseo de salir corriendo al cumplir dieciocho años.

Sentada sobre la polvorienta y desnivelada madera del piso Arianna no hizo más que preguntarse qué clase de beneficios trajeron esos largos y ambiciosos viajes, los caprichos, las extravagancias, las inoportunas ideas de negocios que no hicieron más que limpiarle el bolsillo por completo, y al final de todo, el hombre había pasado sus últimos años brincando de apartamento en apartamento, sin más que con algunos dólares bajo el colchón y prácticamente viviendo de la ayuda de sus fieles amigos.

Arianna estudió la lista que reposaba en sus manos, notando que todos los puntos estaban seleccionados bajo una columna de "cumplidos".

Ser parte de la tripulación de un barco

Conocer Nueva York

Vivir en Nueva York

Hacer un Safari

Entrar a un equipo de Beisbol

Vivir en Londres

Tener una hija

La joven se detuvo a observar que su presencia no era más que un ítem en una larga lista de cosas por hacer. Pero de alguna manera, el hecho de pensarlo no le ocasionaba ira, ni angustia, ni desprecio. Todos esos sentimientos se habían empolvado con los años; en su pecho no había más que un aire de resignación.

"Buscar el Dorado", leyó, frunciendo el ceño. Quizás eso explicaba los tres años en que su padre se ausentó para aventurarse en el Amazonas. Le sorprendió que estuviese seleccionado como cumplido, hasta que leyó en la casilla de comentarios: Puede que la ciudad perdida sea sólo un mito, pero la paradójica e imponente selva es más valiosa que el oro puro.

Una pequeña y seca risa abandonó la garganta de Arianna, y sus dedos comenzaron a hojear la lista con más detenimiento.

Enamorar a una mujer Italiana

Tomar sake en una casa de Geishas

Tener una pizzería

Bucear en Australia

Conocer Moscú

Llevar a Arianna a Marruecos

Arianna siguió, encontrando su nombre en más de una de las cosas por hacer de su padre. Efectivamente recordaba las infinitas veces en las que él logró involucrarla con sus cosas. Desde pequeña le molestaba admitir que su padre tenía un don de convencimiento tan poderoso como peligroso. Ese viaje de dos meses a Africa le había costado a Arianna el año escolar.

A medida que sus ojos escaneaban con más detenimiento la vieja lista, no dejó de admirar como cada una de las hazañas estaban seleccionadas bajo la casilla de "cumplidos". Todas, excepto una, la última, la más reciente.

Reconciliar a Arianna conmigo

Arianna se detuvo, evitó respirar en los siguientes segundos. Lo que la congelaba de la frase era el orden de sus determinantes palabras. Los fallidos intentos de su padre por acercarse a ella durante los últimos años se resumían ahí, en reconciliarla a ella con un hombre imposible de cambiar.

La primera lágrima del mes se derramó de los ojos de Arianna, tiñendo el amarillo papel. Respiró profundo, y abrazó durante unos segundos la cálida soledad que la consolaba. Sus ojos se enfocaron nuevamente en la lista y pronto recordó que las viejas hojas de papel se habían escapado de un viejo libro de recortes. Cuando lo recogió para hojearlo encontró que sus hojas se regocijaban de fotos, frases, nombres, anécdotas, todo lo que acompañaba esa lista de asuntos pendientes.

Sonrió frágilmente, sus pequeñas lágrimas empezaron a invadir sus labios. Cerró el grueso y desgastado libro y dejando a un lado el trabajo que había comenzado, se dedicó a buscar un sitio donde pudiese viajar con calma a través de los cumplidos asuntos de vital importancia.

Karina Gallardo

viernes, 7 de agosto de 2009

De la Misma Costa


Dos islas en la vastedad del océano
soledad única y permanente.
Iguales en instantánea apariencia,
una ligera exploración las revela distintas
al mismo tiempo que coinciden minuciosas.

Siempre una al lado de la otra,
respetan la distancia de la eterna compañía,
tiempo en el que van recordando
que están hechas de las mismas cosas,
sujetas a los mismos ritmos .

¡Aire, fuego, agua y tierra!

Una de la otra malecón y atracadero,
resisten juntas la permanente arremetida del agua que las envuelve.

De cada una lagos y ríos con la intención de abrazarse,
disuelven en el mar el agua dulce de sus entrañas.

Cosechan a su paso arena diminuta,
madura hojarasca que la corriente de una
siembra en la orilla de la otra
y tratando de encontrarla la dibuja.

El fuego del sol ilumina para ambas
calienta sus tierras y alumbra nubes
Sopla el aire complaciente,
para que en una isla llueva la nube de la otra.

Con su cíclico crecer y morir alimenta la luna la esperanza.

Quizás puedan reunirse de nuevo
sin que nadie lo note en una noche oscura,
quizás arropadas las dos por una alta marea vuelvan a encontrarse
y develen cada vez el misterio que les permite mirar,
que ambas son tierra de la misma costa.
Nora Palacios

jueves, 6 de agosto de 2009

Bichos


No me siento para nada comprendida con respecto a mi fobia con los animales y los insectos. Lo vivo yo sola. Si se me ocurre comentar una cosita de nada, me mira como si me fuera a comer, como si el temita le hiciera la vida imposible. "No haces ningún esfuerzo", dice. Yo ni siquiera viviría en esta cabaña en medio del bosque. Odio vivir en una casa. Odio la planta baja. Siempre hay humedad y no hay luz; el lugar perfecto para todos estos detestables animales.

Me paso las horas vigilando el suelo en busca de cucarachas, hormigas, culebras y ratones, pero mientras vigilo por abajo, entran los mosquitos, las moscas y las avispas por arriba. Como no puedo atender los dos espacios a la vez, tengo el cuerpo lleno de picaduras. Mientras espío a los rampantes, hacen de las suyas los voladores. Todas las puertas y ventanas tienen mallas, debajo de la puerta también, por si entra una culebra, y siguen entrando. Esto es un bosque frío y aburrido en medio de Europa, pero parece el trópico.

El sábado, mientras cortaba el césped, encontró una culebra en el jardín ¡Dios mío! tan pequeña y delgada... se podía colar por cualquier rendija. "Por tu culpa", me dijo. "Si dejas crecer el césped, se crea un ecosistema y rápidamente los animales lo habitan, ¡pero como querías viajar... descuidamos el jardín! Un jardin necesita atención y lleva mucho trabajo. A ver si te entra en la cabeza. Il faut cultiver son jardin, Rousseau. ¿Te suena?"

Ahora me vino con estas. Rousseau, por tu culpa ya no se puede salir los fines de semana; el señor jardín necesita atenciones y cuidados, pero el asunto es que yo también vivo en esta casa, y también los necesito.
María José Rueda