miércoles, 27 de mayo de 2009

Los Recuerdos de Rosendo


En la víspera de la Navidad de 1.936, Rosendo Olmedo reparaba su embarcación mientras evocaba a los hijos que ya no estaban. Los recuerdos pesaban sobre los hombros y se había hecho un anciano sin percatarse. En alguna oportunidad se preguntó cómo había sido la felicidad, para desecharla de pura impotencia. La alegría se le había escapado a pedazos y un rictus le quedaba como huella de su existencia.

En La Salina transcurría la mañana, y el mar, esa inmensa extensión de azules que se pierde en el horizonte, se batía sin descanso. El sol y la brisa eran caricias gratificantes y sobre la playa que parecía sin fin, los pensamientos saltaban en el tiempo. Al principio fue Jesús, el mayor. Aún podía recordar cuando se marchó tras el esplendor del petróleo y solo supo de él años mas tarde. Un viajero, de esos que aparecían en alguna ocasión, le había dejado un mensaje en Pampatar: “díganle a Rosendo que su hijo está preso en La Rotunda”. La esperanza de verlo de nuevo se fue apagando después de tantas lluvias, y pensar que en La Salina llovía una vez al año. Más tarde, Fina, Elisa y María morirían de calentura cuando aún eran niñas. Después fue Chicho, quien tenía catorce y jamás volvió de pesca cuando una tormenta se adueñó de las aguas. Pasada una semana de su partida; entre susurros, María, su mujer, le había dicho: “no lo esperes más”. A pesar de la dolorosa evocación, su rostro se iluminó de picardía al recordar a Camucha, su hermana mayor. La pobre había sufrido de belleza tardía. Ningún pretendiente se le acercó en vida, y sólo la noche de su velorio, el ciego Narciso se aproximó a la urna para exclamar: “que bonita quedó la difunta”.


Rosendo, de rostro surcado por profundas arrugas, manos rudas y espaldas anchas, concluía la faena. Empapado por el esfuerzo, se incorporaba con lentitud y retirando el sudor de la frente con el dorso de la mano, regaba la mirada sobre la playa. Más allá, su mujer, encogida por los años, se apoyaba en un haragán mientras descansaba de amontonar tanta sal. El viento parecía arrastrarla al agitar sus enaguas como si fuese un pendón desplegado frente al mar. Se hacía mediodía y el sol deslumbraba. Incontables conos, brillantes de blancura, yacían apilados en una larga hilera tras la matrona. El océano lamía con deleite la extensa playa. A un lado, dejaba al abandono un trozo de madera que algún día había sido de una embarcación. El rumor del oleaje era perturbado, a ratos, por los chillidos de las gaviotas que parecían custodiar la tranquilidad del paraje. Era un instante de sosiego.


Rosendo, intrigado, se percató como un extraño se acercaba con lentitud hasta donde María, distraída, continuaba con su labor. Preocupado, trató de advertirla, pero las palabras se le anudaron en la garganta. La zozobra se transformó en una extraña sensación y se detuvo. El visitante abandonaba el equipaje y avanzando, llegaba a espaldas de la mujer a quien llamaba la atención. Por un instante que pareció hacerse infinito permanecieron inmóviles. Entonces, el anciano observó como el hombre caía de rodillas y se sostenía abrazado al regazo de la mujer. Ella, en gesto cariñoso peinaba con sus dedos la cabellera del recién llegado. El viejo pescador pretendió avanzar sin lograrlo, sus piernas no respondían y él también cayó de rodillas. Lágrimas sobre los surcos de su curtido rostro se deslizaban en silencio para caer en la arena. La felicidad era infinita. Su hijo estaba de regreso. Jesús Olmedo había vuelto a casa.

Luis Bonilla

4 comentarios:

  1. Señor,mi respeto y más profunda admiración. Que imagines más elocuentes y encantadoras. Leer los "Recuerdos de Rosendo" es como ver una pelicula de la historia venezolana. Usted, siempre me impresionó cuando compartimos aula; pero ahora me sorprende con la maestria que ha alcanzado su prosa. Adelante, siempre adelante amigo, que muy pronto voy a tener el honor de pedirle un autografo.
    Aquiles Peña

    ResponderEliminar
  2. Me encanta Luis. Me gustan tus imágenes y sobre todo algo en el ritmo, en la velocidad, en la serenidad de tus palabras.

    ResponderEliminar
  3. Me encantan las imágenes que dejas con esta historia

    ResponderEliminar
  4. "La pobre había sufrido de belleza tardía"... por Dios que coincido con Hernán. Que manera de contar, que historia, cuantas imágenes increibles, que ligera y divina tu manera. Esperamos con ansias la publicación de tu libro.

    ResponderEliminar