martes, 28 de julio de 2009

La Constelación de Los Leones


El anciano cazador haló el gatillo. «¡Le di en medio de la frente!», exclamó. Era pleno mediodía. El metal del rifle era una plancha entre sus manos. Sigiloso, el anciano bajó el arma y con sorpresa vio que el león había desaparecido… En su garganta se acumuló saliva y desconcierto.

Sin embargo, él se armó de valor y caminó los treinta metros que lo separaban del bosquecillo donde había visto la melena del animal.


Recargó su arma. «Tengo todas mis balas listas», murmuró mientras sus ojos buscaban el menor indicio de movimiento. Sin embargo, cuando llegó a la espesura, no consiguió la anhelada fiera.

« ¡Aquí estaba… sus huellas están en todas partes, estoy seguro!!», dijo examinando la tierra del lugar. «Qué raro», pensó el cazador. « ¿Cómo puede desaparecer así un león?».

El sol lo flagelaba. Se quitó el casco y se secó el sudor que goteaba desde sus cejas. Se rascó la cabeza cuando recordó que unos nativos le habían dicho algo sobre un león espectral que aparecía y desaparecía en los recodos de la selva.

«Pero esas son bobadas…», se carcajeó mientras destapaba su cantimplora y sorbía su última ración de agua.

Su frente era un volcán de lava sudorosa. Mareado, se dejó caer y apoyó la espalda contra el tronco de un árbol. Cerró los párpados. Luego, cuando los reabrió, se quedó boquiabierto.

«¡Dios, pero si ya anocheció!», exclamó sin saber si había sido víctima de una insolación o si tan solo se había quedado dormido.


«¡Que hermosas!», pensó el cazador cuando vio la noche poblada galaxias y el ojo de la luna mirándolo desde el cielo.

En ese momento se sintió feliz. Era la primera vez que dormía al aire libre, en plena selva, sin mosquiteros y con la luz de las constelaciones.

Cerró de nuevo sus ojos y no quiso levantarse.
Dormido empezó a soñar …y en medio de sus sueños vio a una manada de leones. Entre ellos estaba el magnífico ejemplar al que le había disparado ese mismo día, el mismo que luego se había esfumado como por arte de magia.

Sin embargo, esta vez no era un león solitario: lo acompañaba todo un rebaño de felinos. Los ojos luminosos de aquella parvada lo acorralaron, pero él se sintió feliz de poder verlos a la cara sin la obligación de matarlos. «…pues a fin de cuentas todo es un sueño», pensó.
Cuando los leones de la noche se acercaron aún más y le arrojaron su fétido aliento en la cara, el cazador aún se sentía contento.

En el cielo brillaban las estrellas y las mismas se confundían con los ojos radiantes de aquellas bestias que lo rodeaban.

«¡Los ojos de los leones son como las estrellas!», pensó el viejo cazador sin apartar la espalda del árbol, sin moverse, sin acordarse de su rifle que estaba a un metro de su mano.

Al día siguiente, cuando los compañeros del viejo por fin lo encontraron, se sintieron horrorizados. No entendían cómo era posible aquello: el más experto cazador, el maestro, se había dejado devorar así como así...sin haber usado su arma que estaba lista y con todos sus cartuchos.


Hernan Lameda

3 comentarios:

  1. Me gusta el cuento. Tengo varias observaciones que hacerte, pero te las debo para nuestro próximo encuentro de lunes. Por favor llévalo como lo hacemos todos, como una tarea.

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  2. También me gustó, pero debes hacerles unos ajustes. Sigue el consejo de Nora y llevalo a nuestras reuniones

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  3. Me gusta mucho la idea del cazador seducido por su presa.

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