La apuesta era sencilla. « ¡Me gusta el vino! », me dijo ella. Sin perder el tiempo caminó hasta la cocina, abrió la nevera y regresó con las curvas de una botella entre las manos. Tenía en sus ojos una chispa maliciosa. Yo me quedé mudo cuando ella me entregó aquel objeto de vidrio cuyo contenido nos seducía y asustaba.
— ¿Pero por qué, justo en este momento, quieres tomar vino?—le pregunté.
Ella se encogió de hombros.
—La cosa es simple—me dijo—…sin el vino, nada funciona. El único detalle es que no tengo sacacorchos. Así que si logras destapar la botella sin romperla, ni llenarte las manos de licor, ni hundir el corcho en ella… todo será posible.
Pasé toda la noche probando con tenedores, cuchillos, un lapicero, un cortaúñas y hasta con un gancho de ropa. Estuve a punto de lograrlo, pues el tapón aflojó cuando lo perforé con un tornillo y un desarmador de estría. Me sentí feliz, pero de repente algo resbaló y zassss… el corcho naufragó en el alcohol.
—¡Perdiste!—ser burló ella—.Lo siento mucho…
Desde ese día, voy con un koala o un morral a todas las fiestas y eventos. Mis amigos me miran intrigados, pero yo prefiero estar preparado contra todo. Cargo conmigo siempre un sacacorchos, una tijera, ganzúas, alicate, engrapadora y hasta un probador eléctrico… cualquier tipo de herramienta imprevista y absurda, lo que sea, para nunca más perder una apuesta.
Hernan Lameda
jejeje bueno!
ResponderEliminar...O más bien para nunca más perder una apuesta de esa índole?