Introduzco la llave en el enorme portón verde que abre hacia el taller. Mi llavero suena contra el metal y abre con el primer giro. Enseguida siento el olor de soldadura y del hierro esmerilado. Respiro hondo y miro a mi alrededor. Los rostros enormes de yeso me devuelven la mirada: uno me guiña el ojo tras el tirabuzón inventado, otro me manda un beso.
Dejo mi cartera y enseguida voy al fondo del taller donde descorro el enorme ventanal que es mi cuadro particular al Avila. Una trinitaria floreada de fucsia recorta una esquina del cuadro y los pajaritos me reciben alborotados.
Siento los brazos pesados y algo duro que se me asienta en la boca del estomago cada vez que vuelvo de dejar lejos a mis hijos, me hace difícil la respiración.
- Nunu, ¿porqué te vas a Caracas? - me pregunta mi nieta de tres años antes de partir.
Yo le hablo de la sorpresa que le traeré pronto cuando vuelva mientras el “duro” va creciendo en mi estómago. Siempre regreso de mis viajes invadida por la tristeza con una sensación de sin sentido que lo permea todo.
A un lado los troncos de madera acumulados en años de recolección en playas y excursiones reposan inertes esperando su destino. Bajo una capa de polvo los moldes me devuelven el revés de mis creaciones y esperan pacientes. El tanque de agua esta lleno de las ceras por retocar.
Toco las herramientas que dejé desparramados en mi mesa con el apuro antes de viajar. Levanto el desbastador y le paso los dedos. Arranco unos restos de cera del mango pegostoso y lo amaso entre mis dedos con la mente ausente.
Me pongo el delantal con desgano y saco la arcilla del pipote donde la mantengo húmeda. Me paro frente a la pieza envuelta y me dispongo a abrirla. Le desamarro los cordones uno a uno; quito los plásticos que éstos sostenían; toco los trapos que deje empapados de agua y compruebo que todavía siguen húmedos. Los quito uno a uno dejándolos caer al suelo. Cuando tengo la pieza descubierta delante de mi, me siento en mi banco y la observo. Es apenas un bosquejo de proyecto, una masa deforme de arcilla sobre una estructura de hierro que la sostiene. Pero en mi cabeza escucho como el chirrido de pesados engranajes cuando comienzan a andar. Me contengo aún un rato decidiendo por donde comenzar. Quito un trozo de arcilla de la derecha y con los dedos la pego en otro lado. La arcilla se siente fría y húmeda y tiene una capa de moho que la hace plástica y maleable.
Entrecerrando los ojos, me alejo un poco para ver el volumen y trato de definir algunas cosas, pero ya mis manos comienzan a actuar por su cuenta sintiendo que quedan rezagadas de las ideas que se agolpan en mi cabeza. Corto trozos del bloque de arcilla y voy agregando aquí y allá, tomando velocidad, respirando cada vez más de prisa. En algún momento encuentro una liga para recogerme el cabello. Me escucho jadeando. Es algo físico completamente involuntario como cuando trato de aguantar algún dolor o cuando hago el amor. Siento las gotas de sudor correr por mi espalda. Me siento como el cojo Hefestos que hace su catarsis al doblegar los metales al rojo vivo, forjándolos acalorado a su voluntad, sé que este es el sitio donde va a sanar el ser lisiado en el que me convierto cada vez que me alejo.
Horas más tarde, agotada física y mentalmente me tumbo en un sillón a observar mi trabajo. Veo mil cosas que todavía quiero hacer pero mi cuerpo no responde
- Nunu, ¿porqué te vas a Caracas? – Escucho a lo lejos a mi nieta.
- Porque este es el preciso lugar en el que ahora quiero estar – Me respondo desde el “duro” que ha comenzado a aflojar.
Nurit Birnbaum
Que brillante y divina tu cronica.
ResponderEliminarQue imagenes, que olores!
Este texto es exactamente lo que necesitaba leer hoy. Adoro este Ascensor porque me consigo en él con muy buena literatura escrita por gente que conozco y quiero.
ResponderEliminarTu texto Nurit nos hace viajar por tu taller, entrar a él desde la ventana y mirarte entrando por la puerta. Leyéndolo somos a veces tus amigos, por momentos tus proyectos y siempre tus interesados lectores.
Me encanta tu crónica. Me sentí en tu taller. Narras sentimientos y sensaciones profundas de una manera sencilla, que a mí me llegaron directo. Qué maravilla contar con ese espacio, entrar en el y dejarte llevar para "sanar al ser lisiado en el que te conviertes cuando te alejas".
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