martes, 11 de agosto de 2009

La Creación


En el principio de los días, enardecidos ante El que todo lo puede, clamaban justicia los elementos.

—No es justo —decía la tierra—. Yo tan pesada, tan sucia. ¡Me cuesta tanto moverme!

— ¿De qué te quejas Tierra? Tienes la posibilidad de estarte quieta sin ser molestada y entre tanto, construir cauces llanuras y montañas. Para moverte, pide ayuda al agua que te disuelve en pantano o te arrastra como arena diminuta. Si estás muy apurada te arremolina el viento y en forma de nube te lleva lejos. Y mientras duermes fecunda, anidan las semillas en tu oscuro seno, donde se renueva a cada instante el misterio de la vida y la muerte. El agua verterá en ti el alimento para que seas raigambre de pastos, frutales y árboles milenarios. Tienes la misión de dibujar el mundo y servirle de asiento donde marcar su huella.

—No es justo —decía el agua—. Soy tan transparente que no puedo guardar secretos. No puedo caminar, solo puedo fluir incansable por donde me ordena la tierra.

— ¿De qué te quejas agua? En una sola de tus cristalinas gotas existe un universo invisible de donde nacerá la vida. La tierra será tu fiel compañera. Será tu casa, tu descanso y tu rumbo. Cuando desees separarte de ella, te calentará el sol hasta transformarte en nube y viajarás lejos adonde el viento te lleve. Cuando tengas frío, te derramarás en lágrimas como hijo pródigo sobre la madre tierra.

—No es justo —decía el fuego—. Tengo que esperar a ser descubierto.

— ¿De qué te quejas fuego? Existes desde el primero de los días cuando exclamé: ¡Que se haga la luz!
Durante el día, te recluta el sol que te sostiene a una distancia suficiente para brindar luz y vida al mundo allí abajo. Viajas en el aire, en el agua, en cada corpúsculo de tierra como diminuta chispa que al contacto gesta y alumbra todo lo vivo. Y durante la noche te desparramas en estrellas, te contemplas enamorado en el espejo lunar.

—No es justo —decía el aire—. No tengo descanso. Soy tan liviano que no puedo dejar de moverme. No tengo una casa para guarecerme ni una cama donde soñar.

— ¿De qué te quejas aire? Eres el mensajero del universo. Viaja en ti la palabra y la música. Y cuando descansas, sostienes cometas, inflas velas que surcan los océanos, te arropas de agua en burbujas y espuma.

—No es justo —seguían repitiendo—.

Y sin escucharlos, decidió Dios que hasta el fin de los días, no podría alguno vivir sin los otros.
Juntó primero agua y tierra para formar barro y modelar sus cuerpos, con una chispa de fuego les concedió el movimiento y la vida y por último ya cansado, suspiró incrustando en ellos un pedazo de su alma.
Nora Palacios

lunes, 10 de agosto de 2009

Asuntos de Vital Importancia

Arianna abrió la puerta del desolado cuarto, la oscuridad irrumpió en el eco de sus pasos. La muerte también había entrado en esas cuatro paredes.

Encendió la luz y caminó, cuidadosa de no tocar nada. La vieja cama destendida, una taza cargada de café de hace tres días y un libro abierto besaba el suelo. La actividad del cuarto estaba suspendida, esperando que el dueño retomara lo que había dejado a medias. Arianna se apresuró a abrir el closet, de donde sacó un bolso grande. Sin ánimos de pasar más de lo necesario en esa pequeña alcoba se dedicó a despejar el clóset de los viejos atuendos de su padre.

Había fallecido tres noches atrás, y enseguida sus amigos localizaron a Arianna, su única hija. A medida que sus manos viajaban por la vestimenta del viejo hombre, Arianna reconoció lo mucho que había adelgazado desde la última vez que lo había visto. A pesar de los intentos de encuentros que generaba su padre, los largos y demandantes viajes laborales de Arianna fueron la excusa perfecta para mantenerse alejada de él durante los últimos cuatro años.

La chica se detuvo para mirar a su alrededor. ¿Cómo un hombre medianamente respetable podía vivir en esas condiciones? Cortinas curtidas cubrían la ventana, la madera del piso estaba rasgada e infinitos objetos sin valor ocupaban cada mueble y rincón del cuarto. Pero Arianna no sintió más que una milésima de lástima por él.

Volvió a su faena de desocupar el cuarto. Debía entregar la casa al arrendador para el final de la semana. Cuando había bajado cada prenda de ropa, Arianna se paró de puntillas para despejar la tabla superior del clóset. Sin medir fuerzas haló la caja que reposaba arriba, tirándola al suelo y esparciendo sobre él: sobres, periódicos, mohosos libros, fotografías sueltas y finalmente un libro de recortes que cayó abierto.

Al recoger el desgastado libro, de sus páginas se deslizó un juego de cinco hojas amarillas, arrugadas, manchadas de tinta en los bordes. Se trataba de una lista titulada:

Asuntos por hacer de Vital Importancia

Arianna torció los ojos y negó con la cabeza. Desde niña había tenido que lidiar con los incongruentes deseos de su padre, causantes de sus innumerables mudanzas durante su niñez, y factores detonantes en su inevitable deseo de salir corriendo al cumplir dieciocho años.

Sentada sobre la polvorienta y desnivelada madera del piso Arianna no hizo más que preguntarse qué clase de beneficios trajeron esos largos y ambiciosos viajes, los caprichos, las extravagancias, las inoportunas ideas de negocios que no hicieron más que limpiarle el bolsillo por completo, y al final de todo, el hombre había pasado sus últimos años brincando de apartamento en apartamento, sin más que con algunos dólares bajo el colchón y prácticamente viviendo de la ayuda de sus fieles amigos.

Arianna estudió la lista que reposaba en sus manos, notando que todos los puntos estaban seleccionados bajo una columna de "cumplidos".

Ser parte de la tripulación de un barco

Conocer Nueva York

Vivir en Nueva York

Hacer un Safari

Entrar a un equipo de Beisbol

Vivir en Londres

Tener una hija

La joven se detuvo a observar que su presencia no era más que un ítem en una larga lista de cosas por hacer. Pero de alguna manera, el hecho de pensarlo no le ocasionaba ira, ni angustia, ni desprecio. Todos esos sentimientos se habían empolvado con los años; en su pecho no había más que un aire de resignación.

"Buscar el Dorado", leyó, frunciendo el ceño. Quizás eso explicaba los tres años en que su padre se ausentó para aventurarse en el Amazonas. Le sorprendió que estuviese seleccionado como cumplido, hasta que leyó en la casilla de comentarios: Puede que la ciudad perdida sea sólo un mito, pero la paradójica e imponente selva es más valiosa que el oro puro.

Una pequeña y seca risa abandonó la garganta de Arianna, y sus dedos comenzaron a hojear la lista con más detenimiento.

Enamorar a una mujer Italiana

Tomar sake en una casa de Geishas

Tener una pizzería

Bucear en Australia

Conocer Moscú

Llevar a Arianna a Marruecos

Arianna siguió, encontrando su nombre en más de una de las cosas por hacer de su padre. Efectivamente recordaba las infinitas veces en las que él logró involucrarla con sus cosas. Desde pequeña le molestaba admitir que su padre tenía un don de convencimiento tan poderoso como peligroso. Ese viaje de dos meses a Africa le había costado a Arianna el año escolar.

A medida que sus ojos escaneaban con más detenimiento la vieja lista, no dejó de admirar como cada una de las hazañas estaban seleccionadas bajo la casilla de "cumplidos". Todas, excepto una, la última, la más reciente.

Reconciliar a Arianna conmigo

Arianna se detuvo, evitó respirar en los siguientes segundos. Lo que la congelaba de la frase era el orden de sus determinantes palabras. Los fallidos intentos de su padre por acercarse a ella durante los últimos años se resumían ahí, en reconciliarla a ella con un hombre imposible de cambiar.

La primera lágrima del mes se derramó de los ojos de Arianna, tiñendo el amarillo papel. Respiró profundo, y abrazó durante unos segundos la cálida soledad que la consolaba. Sus ojos se enfocaron nuevamente en la lista y pronto recordó que las viejas hojas de papel se habían escapado de un viejo libro de recortes. Cuando lo recogió para hojearlo encontró que sus hojas se regocijaban de fotos, frases, nombres, anécdotas, todo lo que acompañaba esa lista de asuntos pendientes.

Sonrió frágilmente, sus pequeñas lágrimas empezaron a invadir sus labios. Cerró el grueso y desgastado libro y dejando a un lado el trabajo que había comenzado, se dedicó a buscar un sitio donde pudiese viajar con calma a través de los cumplidos asuntos de vital importancia.

Karina Gallardo

viernes, 7 de agosto de 2009

De la Misma Costa


Dos islas en la vastedad del océano
soledad única y permanente.
Iguales en instantánea apariencia,
una ligera exploración las revela distintas
al mismo tiempo que coinciden minuciosas.

Siempre una al lado de la otra,
respetan la distancia de la eterna compañía,
tiempo en el que van recordando
que están hechas de las mismas cosas,
sujetas a los mismos ritmos .

¡Aire, fuego, agua y tierra!

Una de la otra malecón y atracadero,
resisten juntas la permanente arremetida del agua que las envuelve.

De cada una lagos y ríos con la intención de abrazarse,
disuelven en el mar el agua dulce de sus entrañas.

Cosechan a su paso arena diminuta,
madura hojarasca que la corriente de una
siembra en la orilla de la otra
y tratando de encontrarla la dibuja.

El fuego del sol ilumina para ambas
calienta sus tierras y alumbra nubes
Sopla el aire complaciente,
para que en una isla llueva la nube de la otra.

Con su cíclico crecer y morir alimenta la luna la esperanza.

Quizás puedan reunirse de nuevo
sin que nadie lo note en una noche oscura,
quizás arropadas las dos por una alta marea vuelvan a encontrarse
y develen cada vez el misterio que les permite mirar,
que ambas son tierra de la misma costa.
Nora Palacios

jueves, 6 de agosto de 2009

Bichos


No me siento para nada comprendida con respecto a mi fobia con los animales y los insectos. Lo vivo yo sola. Si se me ocurre comentar una cosita de nada, me mira como si me fuera a comer, como si el temita le hiciera la vida imposible. "No haces ningún esfuerzo", dice. Yo ni siquiera viviría en esta cabaña en medio del bosque. Odio vivir en una casa. Odio la planta baja. Siempre hay humedad y no hay luz; el lugar perfecto para todos estos detestables animales.

Me paso las horas vigilando el suelo en busca de cucarachas, hormigas, culebras y ratones, pero mientras vigilo por abajo, entran los mosquitos, las moscas y las avispas por arriba. Como no puedo atender los dos espacios a la vez, tengo el cuerpo lleno de picaduras. Mientras espío a los rampantes, hacen de las suyas los voladores. Todas las puertas y ventanas tienen mallas, debajo de la puerta también, por si entra una culebra, y siguen entrando. Esto es un bosque frío y aburrido en medio de Europa, pero parece el trópico.

El sábado, mientras cortaba el césped, encontró una culebra en el jardín ¡Dios mío! tan pequeña y delgada... se podía colar por cualquier rendija. "Por tu culpa", me dijo. "Si dejas crecer el césped, se crea un ecosistema y rápidamente los animales lo habitan, ¡pero como querías viajar... descuidamos el jardín! Un jardin necesita atención y lleva mucho trabajo. A ver si te entra en la cabeza. Il faut cultiver son jardin, Rousseau. ¿Te suena?"

Ahora me vino con estas. Rousseau, por tu culpa ya no se puede salir los fines de semana; el señor jardín necesita atenciones y cuidados, pero el asunto es que yo también vivo en esta casa, y también los necesito.
María José Rueda

Los Zapatos de al Lado



Cuántas veces hemos pensado en cómo seremos mañana, en cómo será cuando lleguemos al punto que nos trazamos como meta y digamos con un suspiro de por medio ¡Llegué! Nunca, y por Dios que no sea así.

Al leer las revistas del momento, cuántos se han imaginado caminando por la Gran Manzana cargados de bolsas, vistiendo como la estrella del momento, sin que nada sea una preocupación. Quién no ha deseado en muchas oportunidades poder obtener lo anhelado, luego de haberse esforzado lo suficiente como para que el éxito no sea muy tardío.

El tiempo es realmente perfecto. Honestamente el éxito, la meta, el fin, ese punto o como lo quieran llamar, llega cuando tiene que llegar y no sólo cuando queremos. Claro está, que debemos hacer lo posible para disfrutarlo antes de que el vestidito de la revista nos luzca ridículo en el cuerpo o en los años.

Hace mucho tiempo atrás trabajaba en una empresa en que, como la mayoría de las empresas, el baño era compartido en varios cubículos. Cada uno de los paneles que formaban los cubículos llegaban hasta un poco antes del piso, por lo que le podías ver los zapatos a quien tenías al lado.

En una oportunidad yo vestía unos zapatos súper estrafalarios, eran unas botas gigantes pero realmente bellas o al menos eso pensaba en ese entonces. En fin, estaba en ese baño con mis botas puestas, bajé la mirada y me fijé en los zapatos de quien tenía al lado. Se trataba, supongo, de una señora que había llegado a donde muchos deseamos. Sus zapatos, no solo eran hermosos, sino que era evidente que nunca habían pisado nada que los ensuciara y no por nuevos, sino por el camino que habían recorrido.

Me cuestioné: ¿Será que debemos ensuciarnos primero lo suficiente para llegar a nuestro destino? Aún no lo sé, solo sé que lo estoy transitando. Algunas veces con el barro en el cuello, pero caminado con la firmeza que me dan mis botas.

Siempre creí que a mis 30 tendría la vida más encaminada, para no decir resuelta, ahora pienso y doy gracias a Dios de que no es así, de otra manera todo sería realmente aburrido. Sin ningún propósito por el cual levantarme en la mañana, sin ganas de dar gracias cada día porque estoy viva.

No niego que en mis momentos de agotamiento desearía ser como Paris Hilton, pero definitivamente no me gustaría tener todo por nada, el sabor no es el mismo. Debemos seguir adelante cuidando cada cosa con la que nos comprometemos, guardándonos la fidelidad que nos merecemos, el respeto que nos prometimos y las ganas con las que comenzamos. No decaigamos en el intento y cuando fallemos sacudámonos el polvo y sigamos adelante... Qué más nos queda, sino vivir el ahora y sólo el ahora. Total, no sabemos qué pasará tan siquiera en el próximo minuto, no lo controlamos.

Vivamos y quedémonos sin aliento por cansancio, por esfuerzo y no por aburrimiento.

Ojalá en ese transitar nos consigamos con mucha gente divina que nos enseñe, pero también con muchos que no lo sean, para así distinguir al primer grupo inclusive a distancia. Que sean estos, los menos agradables, los que nos ensucian de barro, quienes nos den la fortaleza y hagan cuestionarnos si realmente deseamos eso por lo que tanto luchamos, porque son ellos quienes nos impulsarán, quienes nos retarán, no quienes nos limpiaran el camino de maleza.

Son estos, quienes nos harán conseguir la firmeza y el balance necesario para poder apreciar los buenos momentos, los buenos amigos, el esfuerzo hecho y la meta conseguida.

Por lo pronto, me doy cuenta que por mucho dinero que invierta en mis zapatos sigo con las botas bien puestas y muy llenas de barro y les aseguro que seguiré haciendo lo posible por ponerme ese vestidito de revista que tanto anhelo, no una sino varias veces antes de que me luzca mal.

Y sé que será así cada vez que alcance lo que me propongo: las metas cortas, las largas, las profesionales, las personales, las importantes y las banales.

No nos lo tomemos tan enserio y disfrutemos más el camino, consideremos que no es el éxito lo que nos da el sabor, sino el cómo lo conquistamos.

Nathaly Salgado

miércoles, 5 de agosto de 2009

Ruidos del Otro Lado

Todas las noches se dormían entre ruidos. Había conocido a esta persona en internet, con la que tenía constante contacto. No sabía quién era, si era mujer u hombre, si era joven o viejo, gordo o flaco.

Un día se aceptaron en un programa cibernético social y desde entonces no se habían dejado de comunicar. Nunca habían hablado, sólo compartido el ruido y el silencio.

Pasaban horas sentados enfrente de sus computadoras, con las cámaras encendidas, escuchando lo que hacía cada uno detrás de la pantalla.

Dos soledades conectadas que se necesitaban sin saberse. Les bastaba creer que no estaban solos en el mundo y que no importa cómo sean o qué hagan, hay alguien del otro lado que también está siendo y haciendo lo suyo.


Dos vacíos que se llenaban con el silencio o el ruido del otro.


No hay significados entre ellos, no los necesitaban.


Una noche no había ruido del otro lado, sólo un tormentoso vacío, una máscara sin cara, una puerta sin habitación, un lago sin agua. No pudo tolerar la falta de ruido y se atrevió a acabar también con el silencio.

Raquel Abend

Naturaleza y Magia


Después de varias vueltas perdidos, llegamos al camino de tierra angosto, que nos había indicado por teléfono el dueño del lugar. No había ningún tipo de señalización. Nos alejábamos cada vez más de la carretera principal, monte adentro. Llegamos a una reja, que estaba cerrada con un simple pasador. La atravesamos y continuamos subiendo por el sendero, intrigados y poco convencidos. No parecía que por ahí quedaría ninguna posada.

Caía la tarde. A medida que avanzábamos, el entorno iba cambiando para bien. El monte quedó atrás, ahora inmensos árboles y una exuberante vegetación haciendo reverencias, nos daban la bienvenida; más adelante, pudimos vislumbrar “La Cabaña de Los Abuelos”, ese era el nombre de una de las tres casitas que tenía la posada. Fue como llegar a la cabaña de los Robinson. Realmente bella y fascinante. Allí, nos esperaba Hugo, el posadero, quien nos recibió como si nos conociera de siempre. Amable, sencillo y directo. Después de darnos la bienvenida y hacernos el tour por la casa, nos dejó sobre la mesa de madera rústica, una lamparita, parecida a esas de gas que se usan en las películas de aventura. Antes de salir, nos preguntó a qué hora queríamos cenar.

Ya solos, mi hija y mi esposo, continuaron explorando la que sería nuestra morada por los próximos 2 días. Yo, clavada en el sitio, sin salir de mi asombro, giré 360 grados la cabeza para convencerme de lo que veía. Era sin duda un lugar fascinante. Decorado con exquisito gusto y un estilo que combinaba de maravilla, lo rústico con lo exótico. Adornos de indonesia, alfombras, hamaca tailandesa, grifos y ducha de bambú, techo de troncos de madera; en fin, por donde se mirara, había algo bello y especial.

Lo que me tenía contrariada y estupefacta era cómo digerir aquello.

Aclaro, vivo en Caracas. Una de las ciudades más peligrosas del mundo, donde la inseguridad acecha inclemente, en cualquier esquina.

Pues les cuento que la encantadora cabaña, no tenía paredes, por lo tanto, tampoco ventanas, ni ¡puertas! Estaba fusionada en perfecto abrazo, con la frondosa naturaleza del lugar.

Pensé, cien por ciento convencida: “yo aquí no me quedo”

Mi hija y mi esposo se reían de mi cara…

Entraba la noche. Y mientras ésta avanzaba, paradójicamente se apoderaba de mí un encanto especial. Decidí darle un chance a esa extraña seducción. Luego de acomodar nuestras cosas, nos dispusimos a ir al comedor de la casa principal, para cenar a la hora acordada.

Un gran agujero totalmente negro, era lo único que se veía fuera de la cabaña y justo por ahí, era el camino que debíamos tomar. En ese momento, mi hija sí que estaba asustada. El reto y la exaltación se apoderaron de mí con fuerza. Era el turno en la escena, de la pintoresca lamparita. En un punto del camino, decidimos apagarla y continuar a ciegas la travesía. Agarrados de la mano y con risas nerviosas, avanzamos por aquella boca de lobo, como tres niños que jugaban.

Advertir la compañía de las miles de estrellas en aquella negrura, mitigaba la zozobra. Sentir el susurro del riachuelo que corría a nuestro lado fue relax en medio del stress. Era inquietante no saber cuánto faltaba. Al rato, llegamos a un puente colgante. Lo cruzamos tambaleándonos sobre los palos de madera. En ese punto me volvió el alma al cuerpo, porque desde ahí ya se podía divisar a lo lejos, la casa principal. Igualmente cautivante, bellísima y abierta, con un patio para secar café muy grande en el centro. Resultaba difícil decidir entre ver cada detalle o todo el conjunto, nada parecía faltar ni sobrar, cada elemento de ese espacio despertaba interés y alimentaba nuestro deleite. Hasta esculturas precolombinas pudimos apreciar ahí, en medio de la amalgamada decoración.

Nos sentamos a la mesa elegantemente servida y disfrutamos una deliciosa cena, digna de la gastronomía de más alto reconocimiento ; amenizada por un concierto magistralmente entonado a cappella, por la vasta población de insectos del mágico lugar.

Tras la exquisita velada, regresamos a la cabaña. Para ese momento el lugar me había envuelto casi totalmente; embriagada de naturaleza y buen gusto, me sentía dispuesta a vivir intensamente la experiencia, con todo lo que ofrecía.

Justo al momento de dormir, desperté del ensueño y fui presa del conocido ruido mental. No podía sacarme de la cabeza lo vulnerable del lugar.- Cualquiera que quisiera podía entrar. Pensaba. Sentía que corríamos peligro. ¿Y los animales? También si querían, podían sorprendernos. Casi entré en pánico.

El encantador paraje me atrapaba, pero no me terminaba de hechizar. El ejercicio era árduo, mis paradigmas se imponían. Romperlos, soltarlos y confiar, eran la inalcanzable opción.

Tras horas de insomnio, fantaseando hasta con visitas del más allá, caí rendida por el sueño.

Amanecer ahí, fue un regalo. El mágico paisaje, a pleno sol, se pintaba con los colores de las más llamativas flores silvestres y exóticas, y de hermosas mariposas. El coro matutino lo entonaban la variedad de especies de pájaros propias del ambiente. El alegre riachuelo sorprendía en su recorrido, con cascadas heladas que nutrían pozos encantados.

La segunda noche, volvió de visita el ruido y esa vez repotenciado. Un árbol caído, había dejado sin luz a la posada. La oscuridad era insuperable y aliño perfecto para exacerbar mi paranoia. Sin embargo, el efecto hechizante del día, surtió sus efectos y mi estado de fascinación ganó la batalla. Pude seguir ahí, sin salir corriendo, hasta caer nuevamente, en profundo sueño.

Agradezco el haberme quedado. La oportunidad rompió mis esquemas, con ganancias infinitas.

No se queden sin conocerla. Es la posada Sierra Verde. Ubicada en Bejuma, Estado Carabobo. Un lugar privilegiado, en pleno ambiente de selva tropical. Diseñada por su dueño, un arquitecto que logró integrar su creación, con exquisito gusto y originalidad, a la exuberante naturaleza del lugar, con resultados que ofrecen una mágica y nutritiva experiencia.
Iliana Tugues

BES.O.S


Ya no quiero besos con dientes de lobo,
ni lágrimas de cocodrilo.

Ya no quiero besos soplados,
ni aires de despedida.

Ya no quiero besos de tinta,
ni lapices de colores.

Ya no quiero:"Besos para todos"
ni "un besazo guapa".

Ya no quiero un perfil desnudo
ni un bastón de ciego.

y definitivamente,
ya no quiero un ganso que vigile mi jardín

Necesito urgentemente:
transfusión de Paladar
que reciba sensaciones corporales no imaginadas,
Árboles
que escondan Secretos azules de Intimidad,
y
Ojos
que cocinen tortas de Naranja.
María José Rueda

martes, 4 de agosto de 2009

La Máscara

Disfraz de mis pasiones,
Ser con barreras.
Sin ti no soy nadie,
contigo no soy quien quisiera

Gracias a ti me escuchan,
contigo salgo a la escena.
Eres seguridad incómoda,
que atrapa mi esencia.

Te hice a la medida,
Pero usé materiales ajenos.
Aferrándome con el consuelo,
de sentirme querida.

Más vengo pisando espinas,
ramas secas hieren mi ser.
Mi rumbo no tiene orilla,
mi alivio tiene sed.

Dejarte me hiela por dentro,
Sin tu reflejo no me puedo ver.
Descubrir quién soy y qué siento,
me conduce a crecer.

Necesito escucharme en silencio,
y realmente me puedan oír.
Sin tu apoyo probar apoyarme,
en quien si soy y desea sentir

¡Sál verdad escondida!
Sin disfraz y máscara grises.
¿Para qué un Carnaval triste
y una vida sin alegría?

Quiero fiesta de colores propios,
al son de mi música interna,
que cada tanto intenta salir,
para no morir ahogada de pena

Esa mi meta de vida,
que hoy mi corazón alimenta,
acompañando a la niña asustada,
que mi interior alberga.
Iliana Tugues